periodismo en la pecera

“Un cementerio de lápidas amarillas, las metáforas “sí se valen”

“Así que ‘cementerio de lápidas amarillas’, ¿ehhh?”—, apunta el reportero Alexéi Tellerías, mientras se levanta de su asiento y sonríe con complicidad en la sala de redacción del periódico Listín Diario, en República Dominicana, apenas empezado el día.

Es martes 24 de agosto de 2010 y el joven periodista en realidad se dirige a mí, comentando una frase de la crónica titulada “Un día en el Darío”, el hospital traumatológico más importante y concurrido del país, de mi autoría y del reportero gráfico Jorge Cruz, y publicada hasta ese día en dos entregas.

—“¿Y eso se vale?”—, pregunta Tellerías.

Es un decir porque él mejor que nadie sabe que las metáforas “sí se valen” (esa es mi respuesta —y también es un decir—), fundamentalmente en crónicas, perfiles y reportajes, aunque en estos tiempos cabría preguntarse cuántos periodistas la usan con regularidad en América Latina.

La frase en cuestión encajaba en el siguiente párrafo: “El área de consultas es ahora un cementerio inmenso de lápidas amarillas. Las bancas están vacías y por el tragaluz apenas se filtra un poco de la claridad que hace seis horas, en todo su esplendor, iluminaba los rostros de las pacientes”. Las bancas, obviamente, son las lápidas de la metáfora con la que quería significar la ausencia de personas una vez cerrado el lugar.

¿Pero cómo se construye una metáfora? ¿Acaso se trata de sólo inspiración? Para esto tampoco hay una fórmula y lo que puedo decir basado en mi experiencia personal es que es una mezcla de eso, de lo que lees y de lo que puedas hacer al respecto. Yo, en mis inicios, trataba de copiar a Gabriel García Márquez —para mí, maestro en el asunto— atribuyéndole figuras a frases comunes hasta conseguir la más lograda. Por ejemplo: “El corazón de El Caribe quedó en tinieblas”, por decir que “la luz se fue en la sala de redacción” (algo muy común por esa época) del periódico donde trabajaba.

De lo que sí no hay duda es de que —como dice Hernán Rodríguez Castelo en su Redacción Periodística, tratado práctico (CIESPAL, 1988)—, se trata de un “decisivo intensificador del lenguaje”, de un nuevo significado cargado de resonancias que enriquece el estilo. Un recurso, digo yo, que siempre pude usar mejor, tan lejos de ejemplos tan buenos como estos:

“Así arrancó la guerra. Para Sendero la acción fue la primera chispa del fuego del destino. La génesis del incendio de las praderas simbólicas de la burguesía y las revoluciones traicionadas”. De Gustavo Gorriti en Sendero, historia de la guerra milenaria del Perú (Planeta 2008)

O este otro:

“Situada a la altura de las nubes, Los Rodríguez es una comunidad que se tambalea entre el pasado y el presente… Sus montañas y sus llanuras están sembradas de largas esperas y de profundos silencios, como si el mundo hubiera aprendido a callar y a esperar en esta cordillera”. De Vianco Martínez, en Los Rodríguez, un paraíso sin escuela, una de las entregas en la serie publicada en el diario digital acento.como.do en 2016 y ganadora de un importante premio.

Un peruano, Gorriti; y un dominicano, Martínez, cuyos países son para mí referentes obligados. Pero modelos hay muchos y de los mejores, aunque para llegar a ese nivel hacen falta, como ya dije, mucha imaginación y mucha y muy buena lectura.