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Las bodas de plata de la ordenación episcopal de monseñor Freddy Bretón

Hay líneas que se escriben motivadas por un profundo reconocimiento de gratitud y admiración ante la trayectoria de vida de una persona digna de exaltar, que ha hecho de su servicio un legado imperecedero para las futuras generaciones. Estas palabras recogen el sentir de quien subscribe, con motivo de las bodas de plata de la ordenación episcopal de Mons. Freddy Antonio de Jesús Bretón Martínez, arzobispo metropolitano de Santiago de los Caballeros.

Tuve la gracia de coincidir con el joven presbítero Freddy Bretón a principios de la década de 1990 en el Seminario Pontificio Santo Tomás de Aquino, cuando me formaba para ser sacerdote y él desempeñaba las funciones de vicerrector académico, director espiritual, formador y profesor de Sagradas Escrituras. En este período inició mi admiración, alta estima y agradecimiento por el testimonio sacerdotal de fidelidad, obediencia y entrega a la Iglesia que nos ha brindado.

De esta etapa conservo una anécdota muy especial que evoca mi gratitud permanente. Recuerdo que padecí una situación de salud en el Seminario y el entonces sacerdote formador P. Freddy me llevó al Hospital Padre Billini, en la Zona Colonial, donde aguardó pacientemente dos horas hasta que concluyeron los procedimientos médicos a los cuales fui sometido. Luego, regresamos al Seminario; para mí este fue un gesto que pone de manifiesto la nobleza de alma y la sensibilidad que han caracterizado a Mons. Freddy.

Su ejercicio de sacerdocio ministerial de 46 años refleja la conciencia clara de saberse elegido por el Señor y destinado a dar frutos abundantes y duraderos (Jn 15, 16). Ha sido un ‘sí’ definitivo y una ‘renuncia’ a otras ocupaciones para entregarse totalmente a la celebración de los santos misterios, a la predicación del Evangelio y al ministerio pastoral; desde el don sacerdotal que nos hace participar de la misión de Cristo, al actuar in persona Christi capitis. Con el salmista podemos decir junto a Mons. Freddy: “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre” (Sal 116, 12-13).

También ha recibido la ‘plenitud’ del sacramento del Orden, como enseña el Concilio Vaticano II, con la consagración episcopal, participando de la sucesión apostólica para actualizar perennemente la obra de Cristo, Pastor Eterno, constituyéndose en un testimonio de perseverancia, a través de sus pasos por la Diócesis de Baní y la Arquidiócesis de Santiago de los Caballeros y, símbolo de obediencia a la misión que la Iglesia le ha confiado, siempre empeñado en llevar a las personas al encuentro con Dios.

Por ello, debemos dar gracias a Dios como Iglesia Católica que peregrina en la República Dominicana por el presbiterado y episcopado fecundos de Mons. Freddy, que ha sabido vivir y reflejar el amor de Dios en la grey que la Iglesia le ha encomendado pastorear.

Me atrevo a decir que la celebración de los 25 años de ordenación episcopal de Mons. Freddy representa un signo en medio de un mundo cambiante, donde prima lo instantáneo, que impide a muchos jóvenes abrazar el sacerdocio por miedo al compromiso a largo plazo. Es un signo para muchos jóvenes que están sintiendo la llamada del Señor a la vida sacerdotal y consagrada a no tener miedo de decirle ‘sí’. Es un signo para los sacerdotes jóvenes de que es posible perseverar en fidelidad y alegría si mantenemos los ojos fijos en Jesús. Es un signo de entrega a la misión salvífica de la Iglesia para todos los sacerdotes. Es un signo para toda la Iglesia de que Dios capacita a los que elige.

En esta oportunidad de especial significado, donde el testimonio sacerdotal y episcopal de Mons. Freddy nos mueve a la reflexión sobre la grandeza del sacerdocio, nos siguen interpelando las palabras del Santo Cura de Ars, un hombre humilde pero consciente de ser, como sacerdote, un inmenso don para su gente: “Un buen pastor, un pastor según el corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina”. Eso es precisamente lo que representa la trayectoria sacerdotal de Mons. Freddy Bretón: un ‘don para la Iglesia y la sociedad dominicana’.

Estas breves líneas, además del sentimiento personal de gratitud que las inspira, siguen las instrucciones del Maestro, quien nos exhortó así: “No se enciende una lámpara para meterla en un cajón, sino que se pone en el candelero para que alumbre a todos en la casa” (Mt 5,15). El ministerio sacerdotal de Mons. Freddy Bretón, a través del cual ha “conformado su vida con el misterio de la cruz del Señor”, es una luz que debe brillar para continuar conduciendo a otros al encuentro con Dios.

Finalmente, a los pies de la Madre de Nuestro Señor Jesucristo, Madre de la Iglesia, la Santísima Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Altagracia, elevamos al Dios Todopoderoso nuestras plegarias en acción de gracias por los 25 años de episcopado del querido Mons. Freddy Bretón, a fin de que el que comenzó en él esta obra buena, sea quien la lleve a feliz término, como diría el apóstol san Pablo.

El autor es obispo de la Diócesis Nuestra Señora de la Altagracia, en Higüey