reminiscencias
Una vida ejemplar
Aunque llena de intransigencias, su vida no fue otra cosa; no admitía el conciliábulo como método de lucha; era frontal siempre y ésto definitivamente lo hacía un valor excéntrico en una sociedad donde precisamente la simulación y el doblez siguen siendo actitudes por excelencia.
Habrán notado ustedes que me he dedicado a evocarlo en estos últimos tiempos, pero no con mis palabras, sino con las sacadas de los testimonios que se me dieron acerca de sus azares.
Me he propuesto organizar mis recuerdos para configurar, de algún modo, cómo crecí y me formé: mi condición de huérfano ha sido componente fuerte de mis intentos para hacer muchas cosas a contracorriente.
Iré citando aquellas apreciaciones que he considerado más interesantes y verosímiles y hoy traigo ésta.
Una buena tarde estaba en mi oficina y recibí una llamada de don Juan Isidro Jiménez Grullón, el destacado hombre del exilio antitrujillista, médico y político de gran relieve. Pidió verme en visita que él haría conforme a mi tiempo.
Me sorprendí, porque lo creía ya retirado después de aquellos sucesos tremendos del 25 de Septiembre del año ´63, en que apareciera firmando, junto a decenas de gente importante del país, el Acto Notarial que daba constancia del desconocimiento derogatorio de la Constitución, por obra de un Golpe de Estado.
Todos nos asombramos de aquello porque don Juan Isidro era muy reconocido por su honestidad, su formidable cultura y los grandes servicios a la libertad desde el exilio dominicano, llegando a ser uno de los fundadores del PRD en Cuba.
Un hombre respetable que lamentablemente en sus apasionadas polémicas con otro hombre brillante de enormes méritos también, se dejó vencer por el encono ciego de la enemistad.
Como a muchos, me preocupó siempre aquel tenso desencuentro entre esos dos colosos del exilio y se tuvo que ver cómo su carácter lo hizo llevar a cometer el error de mención.
Recibí a don Juan Isidro; nunca había hablado con él, ni lo hice luego, pero, admiraba su capacidad. Sostuvimos esa entrevista que me movió a algunas reflexiones que hoy recuerdo.
Su propósito era conocerme y me dijo que tenía una opinión muy elevada de mi padre, elogiando su defensa sincera y brillante del Presidente Juan Isidro Jiménez Pereyra, en el intento de Impeachment de sus propios partidarios en el año ´16 por ante el Senado de la República.
Muchas de las frases de elogio a mi padre las había oído en otros labios; confieso que al hacerlo don Juan Isidro me emocioné especialmente. Era un testimonio generoso y no supe nunca si existía algún vínculo familiar con su homónimo, el presidente que fuera derrocado como umbral de la intervención militar norteamericana.
Me permití contarle el episodio en que mi padre le decía al embajador estadounidense, Russel, como respuesta a la tarjeta que éste le llevara del vicepresidente Velásquez: “Dígale a mi compadre que yo no soy senador de su partido, sino de la República, y eso que pretenden hacer contra el Presidente Jiménez es una ignominia y lo defenderé por probo y decente.”
El doctor Jiménez Grullón comentó: “Un exponente increíble de integridad; un convencido absoluto del papel de la verdad como valor supremo.”
No sabía yo que él conocía otros aspectos relativos al gesto de mi padre y terminé riendo cuando me dijo: “El discurso fue muy viril para impedir el derrocamiento, pero más grande fue su valor al bajar las escaleras por las que subían los guardias de Desiderio accionando sus fusiles contra el techo del Senado; no conocía el miedo.”
Me quedé pensando en la visita, si podría tener alguna relación con algo que sostuve en televisión cuando lamentaba el distanciamiento de dos figuras de la política nacional, en cuanto a que, lo que más necesitaba la República era de una unidad de sus hombres esclarecidos, no de conciliábulos de truhanes.
Mi padre, en fin, fueron tantas sus vicisitudes, que sólo el silencio acumulado de treinta años pudo sepultarlo en un olvido público tan denso.
He sentido el deber de evocarlo como estímulo, al relevo natural de mis hijos, así como una muestra de que no se pueden arrojar para siempre al olvido las acciones de hombres públicos, que en su paso por la tierra tuvieron misiones qué cumplir en interés de su sociedad.
Me conmueve hacerlo, ciertamente, y fueron tantas sus facetas que es arduo recomponerlas. Mi balance de sus acciones y de sucesos donde actuara me han dejado una especial satisfacción: la de haber sido su último hijo, que no conociera, como si fuera su última desdicha.
¡Qué relación tan extraña y bella ésta del huérfano, cuando invoca!
En estos tiempos de tormentas lo he tenido presente como nunca. Son tantas las adversidades del pueblo y tan escasas las voces y el coraje para su defensa, que rememorarlo me energiza misteriosamente.
Debo cumplir deberes por los peligros de mi Patria y me llega ese aliento del ejemplo del padre que supo desafiar muchos malos tiempos.
En verdad, la hora se presta para buscar esos recursos inéditos en favor del ánimo de luchar y vencer. Esto es cuanto procuro cada vez que lo intento.
El tiempo borrascoso ya es más que un presagio. Es mucha la vacilación y la carencia de hidalguía para dar el crítico paso al frente que siempre demandará la Patria en su defensa.
A quien le sirva el sayo, que se lo ponga.