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La conjura del destino

Como cada tarde, el presidente Ramón Mon Cáceres daba sus paseos vespertinos, por la hoy Avenida Independencia, desde el centro de los héroes hasta su residencia.

Apenas pasaban minutos de las 5:00 de la tarde del día 19 de noviembre de 1911, cuando el carruaje marca Victoria era halado por su caballo iniciando la cabalgata, sin imaginarse, que era hacia su paseo final.

La mañana de aquel día se mantuvo haciendo cosas usuales de domingo, compartió con diversas visitas, jugó billar con uno de los del complot, almorzó, tomó siesta y como cuenta el extinto historiador Pedro Troncoso Sánchez en su obra “Biografía de Ramón Cáceres”, “se vistió con pantalón y chaleco blanco y saco oscuro de paño” una inusitada elegancia para la conjura del destino.

Como cuenta una versión de la época, ya él sabía desde hacía algún tiempo que había un plan dirigido por Luis Tejera para derrocarlo. Pero el mandatario no le había puesto atención a esos rumores.

Pero ese día, a insistencia de su asistente Plutarco Mieses, quien le reiteraba la información de la conjura, se detuvo en su paseo y entró a la Estancia San Gerónimo para hacer una llamada telefónica.

El presidente Cáceres, como relata en su obra “De Lilís a Trujillo”, el historiador Luis Felipe Mejía: “fue hasta San Gerónimo con el coronel Ramón Pérez, jefe del cuarto militar, y visitó a don Juan de la Cruz Alfonseca, a quien le unía una vieja amistad”.

Pidió hacer uso del teléfono para alertar al general Alfredo Victoria. jefe de la guardia nacional, pero al ser informado que la señora de la casa se estaba aseando, y el único teléfono estaba en su alcoba, contestó; “olvídenlo, ninguna dama debe ser molestada cuando se está hermoseando” y prosiguió.

Mon en sus fueros internos no creía mucho en la conjura, no hizo nada para frustrarla, acaso convencido, como sugiere Pedro Troncoso Sánchez “de que nada le pasaría”.

Los complotados, unas 10 personas, se situaron frente a Güibia, encabezados por Luis Tejera, quien era hijo del Ministro de Relaciones Exteriores, el historiador Emiliano Tejera.

Al llegar a Güibia fue sorprendido por una emboscada para secuestrarlo. Al ser enfrentados por el escolta, el cual luego salió huyendo, dispararon contra el presidente Cáceres, quien se desplomó herido de muerte.

En el incidente, Luis Tejera fue herido y luego ejecutado y descuartizado por disposición del general Victoria.

Joaquín Balaguer en su obra “Los Carpinteros” narra que: “el ilustre historiador don Emiliano Tejera, fiel amigo del Presidente Cáceres, es fama que desahogó su dolor en estas palabras que envolvían una desaprobación a la conducta de su hijo y otra a la sevicia con que su cuerpo fue descuartizado: “Bien muerto, pero mal matado”.

Si a Mon Cáceres no lo hubiesen matado, la nación dominicana no habría pasado por el mal momento, apenas cinco años después, de que se usurpara nuestra soberanía con la ocupación estadounidense de 1916.

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