De mi rosario
San Cristóbal y el precio del desorden
Aún estamos llorando nuestros muertos, aun las preguntas superan las respuestas. Es que la tragedia de San Cristóbal suena y resuena, con unas 70 personas afectadas, al menos 33 de ellas muertas, a lo que se suman las invaluables pérdidas materiales.
Este hecho me trasladó a mi primera herida física de importancia… era temprano del martes 3 de octubre del 2000 y como reportera de Cadena de Noticias, apenas estaba llegando a la redacción por mi asignación del día cuando hubo un brusco giro y mi superior solo me indica, vete a San Cristóbal con tu equipo, ese pueblo está en llamas.
Con lápiz, papel y cámara de video como armas partimos al lugar del caos, reinaban el fuego y el temor, “explotó el polvorín” era la frase que se repetía una y otra vez, encontrándome en la zona hubo una segunda explosión, como los demás sólo alcancé a tirarme al suelo y tras el mega susto seguir las labores.
Horas después un bombero me dice “usted no debiera estar aquí, está herida”, con algo más que sorpresa lo negué, él insiste y me dice, pero usted no se ha visto el fundillo, al girar la mirada confirmé que tenía horas con un pedazo de cristal en una de mis nalgas, ni la sangre, ni el dolor me hizo despertar de la adrenalina propia de la cobertura.
Años después estamos ante un hecho abrumador y que nos paraliza en desconsuelo, la historia, sobre dimensionada, se repite a escasas esquina de aquel polvorín. Desperté.
En el ínterin, siniestralidades parecidas, han ocurrido en varios puntos del país, en varias estaciones de gas y otros comercios en Santo Domingo Este y Norte, Tamboril, el mismo San Cristóbal y el Distrito Nacional, donde aún está fresca la tragedia Polyplas, en el de Villas Agrícolas que dejó un saldo de ocho fallecidos. ¿Qué hemos aprendido de estos hechos recientes y dolorosos? Nada, a 23 años del polvorín, seguimos huyendo y “resolviendo” de manera coyuntural y a medias, no obstante, ya contamos con una ley, la número 368-22 de Ordenamiento Territorial, Uso de Suelo y Asentamientos Humanos, que, aun con serias debilidades, manda y facilita ordenar las comunidades.
Es que después de las pérdidas humanas, las secuelas físicas y psicológicas de víctimas y cercanos, lo peor que es que tras cada situación solo hay lamentos, que no nos han conducido a educación en prevención, a garantizar la sanidad industrial, a cancelar permisos y hacer los sometimientos judiciales pertinentes.
Y todavía a la espera de los resultados de una investigación sospechosamente lenta, que debe ser impecable, que exponga la historia completa respecto a las causas y responsabilidades.
Hay un temor enraizado a decir no, no se puede, y hacer cumplir no solo lo que por norma está prohibido, sino por sentido común. El desorden es demasiado caro y para colmo quien lo paga, casi nunca lo provoca.