POLÍTICA Y CULTURA
Pignorando el pasado colonial
La historia de la literatura dominicana consagra un proceso creador de textos poéticos en diversas etapas de su desarrollo. Como toda esencia vinculante, erige el vector de su acumulación cultural sobre determinada esencialmente, por la lengua y el código histórico de su entorno.
La nación dominicana surgió como proyecto humano y social en 1844. Su poesía fue consagrada en la esfera rotativa de las corrientes predominantes, eco y reflejo de su tiempo. Sus materiales tenían la consagración de la palabra exaltada en los códigos literales dela tradición.
Érase el siglo 19, con todo su rosario de batallas y gestas independentistas fraguadas contra la Metrópolis predominante. Tres autores yugulan la producción poética con tino y aciertos, ecos culturales de las influencias del Romanticismo. La precede el aislamiento, la ausencia de contactos, el limitado e insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas. Una isla en el Caribe dividida por dos Repúblicas, cuasi un absurdo geográfico impuesto por el coloniaje y el pillaje, pero con dos formaciones culturales esencialmente distintas, divididas por costumbres, idioma y una larga acumulación de agravios. Sui generis, nuestro país es el único pueblo que no se liberó de la Metrópolis de turno, como todos los pueblos del continente americano, sino del vecino, gestor de proezas contra la dominación colonial francesa pero convertido en retranca y opresor simultáneo, frente a la génesis de una nación propia y altamente diferenciada como la nuestra, a la que pretendió anular pulverizando su lengua y sus costumbres.
La primera colección de poesía dominicana apareció a finales del siglo 19, llamada “La Lira de Quisqueya” donde tres nombres básicos identifican el espíritu creador la nueva literatura: Salome Ureña, José Joaquín Pérez y Gastón Fernando Deligne. Estos tres poetas condensaron en tres vertientes expresivas , la patriótica, la indigenista y la psicológica el conjunto de la producción literaria de ese interregno histórico cultural. Sin disminuir la vocación creadora y el ajuste inspirador de ese ciclo constitutivo de la escritura poética, cabe destacar la arritmia literaria dominicana que va a expresarse de manera acentuada en sus literatos. Al desarrollo desigual de sus fuerzas sociales productivas se unió el intento de una literatura indigenista, sin ninguna conexión histórico literaria con los prolegómenos de la evolución orgánica social. No hubo una herencia indigenista, no hay un legado significativo como en la tradición de la cultura indigenista en México, Perú, Chile, Guatemala, Brasil y otros países. Los indígenas desaparecieron a los pocos años de la conquista colonial española de la isla, incluso el poblamiento de los nativos se había reducido a su mínima expresión orgánica hasta su virtual extinción en 1521. No hubo prolegómenos acumulativos que apuntaran una herencia cultural indigenista, no hubo pirámides ni monumentos ni oralidad significativa que sobreviviera a su desaparición, de ahí la importación de esclavos africanos al territorio de la isla, base y sustento cultural de la parte occidental llamada Haití. Los reinos o demarcaciones encontrados por los conquistadores españoles en 1492 estaban en estado primario y resultaron insuficientes para consolidar imperios y tradiciones como en otros lugares del continente. Sus cacicazgos carecieron de suficiencia orgánica y cultural y fueron disueltos en las primeras engañifas genocidas del conquistador español. Residuos insuficientes de concreción orgánica social. Las epopeyas las libraron las culturas suramericanas, los imperios inca y azteca entre otros focos de resistencia extrema.