Los delitos y la Biblia
Mientras impartíamos la cátedra de Derecho Penal en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM), decidimos incorporar a la explicación de cada infracción un ejemplo que didácticamente dejara edificados a los estudiantes.
Con cuanta sorpresa descubrimos que los más sugerentes ejemplos, para la introducción a una dogmática penal, aparecían a borbotones en las páginas de nuestra Biblia personal de lectura, porque, a fin de cuentas, el hombre, como sujeto de conducta que se expresa socialmente, es esencialmente el mismo.
Los relatos bíblicos están cargados de la historia del pueblo de Israel, una nación singular. “Un puñado de engreídos”, ha dicho alguien- “a quienes Dios irrevocablemente ha decidido hacer Su pueblo”. Es la historia de sus caídas y resurrecciones; de sus reyes crueles y generales; de sus sabios, profetas, santos y libertadores de cuyo linaje nació Jesús de Nazaret, el Siervo de Yahvé.
La noción de los delitos, o más bien, esa abstracción de la conducta antisocial, que, por demás, es injusta y antijurídica, aparece claramente identificada en la Biblia con un punto de partida indudable en la desobediencia de nuestros primeros padres en el Jardín del Edén seducidos por la serpiente.
Precisamente, con Adán y Eva explicamos en esa ocasión que, en los atentados al pudor, tanto en los que son con violencia como en los que se producen sin esta, se repite infinitamente en cada cultura para autores y víctimas, la pregunta que Dios en el Jardín le formuló a Adán, ¿Quién, te dijo que estabas desnudo? Porque, además, el impacto de la desnudez impúdica tiene una gradación para cada pueblo y un nivel en cada civilización; un calibre en el tiempo. Véase, el caso paradigmático y contemporáneo, del destape impúdico y político de “La Cicciolina”, que hace unos años, le ganaron un escaño en el parlamento italiano. Sin dejar de mencionar un “derriere” que finalmente obtuvo una diputación hace ya algún tiempo en unas pasadas elecciones de Perú.
El homicidio de Caín contra su hermano Abel, plantea en el libro del Génesis, los siguientes aspectos para la introducción de una criminología elemental acerca de estos hechos, en primer lugar, dice la Sagrada Escritura que uno era pastor y otro labrador, situación esta que pone en el tapete la división ancestral entre agricultores y ganaderos, cuyas actividades se contraponen por el uso del suelo y el manejo de las bestias.
Por otra parte, el sectarismo religioso de los hermanos aparece marcado con la creencia que tenía Caín de que sus ofrendas no eran recibidas por Dios con agrado, como las de Abel. ¿Cuántos crímenes se han cometido, e incluso se perpetran hoy, en el nombre de Dios?, ¡Qué lejos aparece la persona humana unificada en las creencias religiosas, adorando al Absoluto en Espíritu y Verdad!
En último lugar, apunta otro libro sagrado, que Caín tenía envidia de su hermano, tocando de sesgo, el elemento emocional y psicológico del autor del crimen. El aspecto moral de la infracción, las causas intencionales de la misma, que tienen la particularidad de agravar o atenuar, ya se trate de un homicidio involuntario, preterintencional o propiamente intencional.
Cuando, meditamos en la historia de Jacob y Esaú, los hermanos que trastornan el principio de la primogenitura con todas sus consecuencias jurídicas, porque, Esaú vende sus derechos por un plato de lentejas, y después, Jacob suplanta a Esaú—asistido por su madre Rebeca— (en una auténtica supresión de estado) con un disfraz peludo y doloso para obtener de su padre Isaac la bendición. De inmediato nos viene a la mente el cuento del cura a quien sus parroquianos acusaban de repetir siempre el mismo sermón dominical, pero éste, se defendió un día diciendo: “cambien sus pecados y yo cambiaré de prédica”.
Las tragedias criminosas del rey David, su urdimbre malvada para quitar de en medio al general Urías, marido de Betsabé, la que después sería, ya ayuntada con el rey, la madre de Salomón, son mucho más que el escándalo de un crimen pasional, que terminó con la muerte del hitita, ya que, posteriormente su confesión, su aflicción contrita, contenida en el Salmo 50: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa;”, marcaría tras su arrepentimiento, definido políticamente por el profesor Juan Bosch, en “David Biografía de un Rey”, como el momento determinante de la constitución del Estado de Israel por la compunción del monarca arrepentido.
El incesto con violencia perpetrado por Amnón contra su hermana Tamar, “que era muy bonita”, cuando la forzó para acostarse con él, (todos hijos de David), desencadenó una escalada homicida fratricida en la que estos hechos fueron vengados por uno de los hermanos que indignado le quitó la vida al perpetrador del estupro.
La sedición de Absalón, contra su padre David, persiguiéndole para matarlo, es precisamente un ejemplo de las conspiraciones políticas, los alzamientos sediciosos y atentados a la seguridad pública contra un reino constituido. En la especie, la suerte del alzado Absalón terminó, cuando huyendo en batalla de las tropas de su papá, se le enganchó la cabellera en las ramas de una encina y quedó colgado entre el cielo y la tierra, y fue rematado a flechazos por las tropas leales a su padre, mientras la mula siguió de largo. Al conocer la noticia el rey David exclamó desconsolado: ¡Ojalá yo hubiera muerto en tu lugar, Absalón, hijo mío!
¿Son diferentes acaso estos hombres que avanzan por el siglo XXI, de los viejos que hace más de tres mil años denunciaron falsamente a la bella y casta Susana, calumniándola con una falaz acusación de adulterio en la que cometieron perjurio?, ¿Son quizás distintos de los que llevaron a la mujer sorprendida en adulterio a preguntarle capciosamente a Jesús, qué debían hacer con ella, porque la Ley de Moisés mandaba apedrearla, y Él instruyendo el asunto, respondió: “el que esté libre de pecado que le tire la primera piedra”? Y todos, comenzando por los más viejos, fueron retirándose.
Parece que son los mismos que al momento de cobrar impuestos con frecuencia se ven tentados a cometer el crimen de concusión y percibir los tributos sin una legislación fiscal o sin causa, que es peor; o, para darle un destino diferente al de la caja pública. Tal era el caso, en el Nuevo Testamento, de Mateo el cobrador de impuestos, que después fue Apóstol de Cristo.
La cabeza de Juan Bautista—el último de los grandes profetas—en una bandeja de plata, fue lo que pidió Salomé, inducida por su madre Herodías, como premio a las destrezas de su vientre sabanero. Y la voluntad política de Herodes rodó cuesta abajo en el precipicio de la prevaricación, o lo que es lo mismo, la falta de respeto al deber público y a la propia dignidad del cargo, traicionado por la concupiscencia y la lascivia.
El paradigma del derecho penal y las ciencias penitenciarias ha fracasado, porque, no hemos logrado mediante la imposición de sanciones penales que las personas modifiquen su conducta delictiva. Hugo plantea en “Los Miserables”, como argumento fundamental, que todo hombre –por alguna razón- es miserable, y que solo puede ser revindicado por un acto de misericordia.
Ya que la conducta delictuosa es la manifestación externa de lo que está en el corazón humano, en su interior originalmente emponzoñado por la baba de la serpiente en el Huerto Edénico.
Tendría que ocurrirnos en cierta medida a todos como a María Magdalena, la prostituta de la que el “Rabonni” expulsó siete demonios, y que después fue su primera testigo de la Resurrección.
Por la fuerza y con el poder del Espíritu Santo que conquista el interior del hombre y la mujer, conduciéndonos, con susurros de buen pastor, hacia el Corazón de Cristo.