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EL BULEVAR DE LA VIDA

Trujillo y los trujillistas: Un palpitar entre la vergüenza y la sangre

Tienen ustedes toda la razón: Trujillo palpita entre nosotros. Y si alguien me preguntara el porqué de este palpitar, le respondería que tal vez es cosa de ese maniqueísmo de las religiones y las filosofías, cosas del yin y el yan, de la luz y la sombra, del lobo y el cordero.

Parece simple: si Dios habita entre nosotros, lo normal y esperado era que tarde o temprano también habitara el diablo, y así ocurrió, y de tal modo que 62 años después, aquí seguimos los dominicanos casi todos, contándonos las afrentas de su familiar tan venerado, la muerte con su manto, el llanto consumado.

Es triste y no debía yo confesarlo: Ustedes fueron/son el infierno, sí, pero nosotros no hemos sido el paraíso.

Aunque para encontrarle valor a nuestra democracia, baste el recuerdo atroz de su familiar y sus atrocidades, comendador infernal de la peor satrapía de toda la América ¡y eso es mucho decir! Pero es que a uno le basta pensar en Las Mirabal, releer La Fiesta del Chivo para encontrarle sentido a estas luchas. “Ustedes nunca recuerdan, señores, pero nosotros jamás olvidaremos”. ¡Ah! Van Troi.

Aquí, desde aquel abril heroico de 1965 nunca se ha escarmentado a los traidores, -sugerencia duartiana-, encarcelado a los asesinos, sentenciado a los ladrones.

Por eso hemos terminado donde estamos: en un país tan desmemoriado que, si no he leído mal, dice la JCE que próximamente tendrán ustedes los trujillistas un partido, a pesar de que una ley vigente, la 5880 de mayo de 1962, prohíbe el trujillismo, (pero no la náusea, ay, pero no la náusea).

Así de poderosos y triunfadores han sido ustedes y lo son todavía.

Recuerdo ahora que hace unos años una universidad dominicana -sin obligación ninguna- cedió uno de sus auditorios para que Ángela Trujillo Martínez presentara un libro de vergüenza desmemoriada, con lo fácil que hubiese sido alquilar el cementerio de la Máximo Gómez, reconstruir la cárcel de La 40, rentar el Museo Hermanas Mirabal, pedir en préstamo el Museo de la Resistencia.

Entonces, regresen todos con su indignante palpitar. Nada les pasará.

Pueden maldecir la democracia, burlarse de sus víctimas. Nadie les encarcelará, ni les darán “picana” de esas que “revientan los riñones”, nadie violará a sus hijas ni humillará a sus muertos. Nuestra democracia, tan perfectible, papelera y torpe, puede asegurarles eso.