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La espiritualidad del corazón

En la vivencia práctica del Evangelio de Jesucristo intervienen la cabeza, el corazón y las manos, desempeñando funciones prácticas y simbólicas. Me explico, la cabeza tiene que ver con nuestro conocimiento intelectual; el corazón con nuestras emociones y sentimientos; y, las manos tienen que ver con lo práctico.

Para ser conscientes de esta realidad, hemos de plantearnos tres cuestionamientos fundamentales: ¿Qué quiere Dios que conozcamos? (cabeza); ¿Qué quiere Dios que experimentemos o que sintamos? (corazón); ¿Qué quiere Dios que hagamos? (manos). Respondiendo estas cuestiones reforzamos la decisión de amar al Señor como lo señala el texto bíblico: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. El uso reiterado del adverbio “todo” indica que cada aspecto de nuestro ser tiene que estar plenamente comprometido amando a Dios. Este mandato subraya que hemos de amar a Dios con todos los recursos que el corazón, que la cabeza y que las manos nos provean. Asimismo, amar a los demás implica tener pensamientos, motivaciones y comportamientos (corazón, mente y manos) orientados por Dios y hacia Él.

La espiritualidad del corazón se concentra en nuestro interior y en nuestro ser subjetivo: los sentimientos, las emociones, la sensibilidad y las experiencias personales. Conocemos a Dios y tenemos un encuentro con él por medio de la meditación, del cultivo de la interioridad, de la peregrinación al propio centro y al propio templo.

Bíblicamente el concepto “corazón” se entiende como el centro del ser del hombre, la sede de los afectos y de las decisiones, donde se da la verdadera alianza con Dios o su rechazo. El corazón de Jesús nos coloca, por ejemplo, en el centro mismo del misterio de Cristo, el Verbo encarnado, centro de la creación y de la historia. Por el “corazón” llegamos a la interioridad de Jesús, de sus deseos, de sus sentimientos, de sus actitudes y de sus proyectos. El corazón no carece de razones, y la razón humana no puede estar sin el corazón. “En el corazón sensato habita la sabiduría”.

La espiritualidad de las manos, se concentra en la acción, la practicidad, la aplicación y el servicio. Las manos simbolizan la humanidad y permiten conocer la interioridad. La espiritualidad práctica insiste sobre el imperativo de amar de forma activa, servir y comportarse siguiendo el Evangelio.

La espiritualidad de la cabeza hace hincapié sobre la importancia de amar a Dios y servir a los demás con lo que pensamos, cómo lo pensamos y por qué pensarlo. Conocemos a Dios mirando hacia afuera, apartándonos del ser para contemplar su revelación en las Escrituras.

La espiritualidad del Corazón de Jesús está centrada en la humanidad de Jesús cuyo centro es el amor. Este corazón nos invita a participar de sus actitudes y de sus ansias redentoras. La identificación con el Corazón de Cristo es la obra que el Espíritu Santo realiza en nosotros. El Corazón de Jesús, es el símbolo por excelencia de la Misericordia de Dios.