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Cultura de brocha gorda

El pintor de brocha gorda de antaño ha dado paso al pintor que utiliza como implemento de trabajo una bandeja donde colocar la pintura y un rolo o rodillo; pintor de brocha gorda que se circunscribía a pintar paredes de manera instintiva sin ningún tipo de artilugio que no fuera aplicar la pintura en un espacio determinado.

De igual manera este símil, sirve para que, partiendo de una constante sobre la cultura, de que esta contiene siempre un “elemento básico invariable, esto es, el perfeccionamiento del espíritu humano”, ha de sostenerse que ese espíritu posee cualidades especiales que tiene vocación para desarrollarse, no de un trazo de mera información carente de una lectura comprometida sin rigor científico o histórico alguno.

A todo esto, una cultura de brocha gorda es aquella cuya instrucción no ha perfeccionado el espíritu y no ha tenido una asimilación profunda, que es el resultado de una esmerada y detenida reflexión.

Por tanto, el hacedor de ideas es aquel que tiene creatividad y capacidad para generar contenidos que sirvan para una lectura provechosa, sin aspavientos y frases de contenido manido y trillado, que lo único que aporta es una satisfacción al ego enfermizo que exacerba el protagonismo del Yo. Que sepamos, la “acción cultural consiste positivamente en acentuar todos los efectos perfeccionadores, y negativamente, en frenar los otros”, aspecto, que se encuentra en función de la calidad de quien lee, y del modo como lee, algo que es imposible de encontrar en aquellos que no aprehenden con los sentidos o la inteligencia, y mucho menos ejerce un efecto sobre las potencias del alma.

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