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El lado correcto de la oposición

A poco menos de un año para celebrar las próximas elecciones congresuales y presidenciales, y aún menor tiempo para las municipales, vamos notando como, poco a poco, el tono político va tomando su curso y ocupando espacio en la conversación cotidiana, propio de la época electoral.

Desde las -muy comentadas- posibles alianzas y frentes opositores que se encuentran en gestación, hasta las posiciones y declaraciones de los posibles aspirantes de todas las organizaciones políticas, y de todos los niveles, respecto de sus agendas particulares, será lo que, a todas luces, irá ocupando la atención de los ciudadanos. ¡Y qué bueno! Así, tendremos mayor capacidad de discernir a la hora de escoger a quienes nos representarán el próximo cuatrienio.

Ahora bien, a casi tres años de haber puesto pie en la Cámara de Diputados, aún me resulta complejo entender el comportamiento de muchos políticos que, como yo, se encuentran en lo que se conoce como “la oposición”.

Casi por definición, la oposición se explica sola. Es el antagonismo puesto en práctica. El contraste entre posiciones expuestas. Resistencia a lo existente. Por demás, saludable para la democracia.

En principio, parecería básico, y hasta lógico entonces, comprender el rol del político en oposición. Y es justo ahí, donde radica mi confusión, pues no logro concebir oponerme a una acción o política de Estado, sin dos condiciones que considero elementales. Primero, debe existir un argumento que explique la razón que motiva la oposición al tema en cuestión. Me parece lo mínimo. Pero, paradójicamente, la sorpresa que me he llevado ante la ausencia de argumentación de muchos, me ha generado cuestionamientos. Segundo, creo acertado presentar una alternativa a lo cuestionado, para enmendar el desacierto en que se incurre y así dar solución al tema que se aborda.

Hace rato ya que escucho y veo con detenimiento como, casi de forma alegre -e irresponsable-, distintos políticos incurren en la clásica -y gastada- táctica política del ataque frontal y los cuestionamientos, sin capacidad de presentar propuestas que puedan combatir de forma racional y con inteligencia, las ideas contrarias. De ahí, mi preocupación por no caer en ese juego que lejos de resolver los problemas urgentes de nuestro pueblo, genera crispación innecesaria en un país que clama por entendimiento y consensos que nos acerquen a la solución de sus justos anhelos.

Por eso, ante la confusión, he optado por asumir aquella máxima de que el que mucho habla, mucho yerra. Claro, sin descuidar mi labor de fiscalización, que además de ser un mandato constitucional, sirve de contrapeso ante acciones que ciertamente deben encontrar una oposición que procure ser constructiva. De ese lado opositor es donde pienso asegurarme que me encuentren, hasta que ya no lo sea más.

El autor es Diputado al Congreso Nacional