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La ciber-ética en la era de la Inteligencia Artificial
Desde que surgieron las primeras universidades, por lo menos en el mundo occidental (Qarawiyyin año 859, según la Unesco y Bolonia, Italia año 1088) y con ellas los primeros profesionales, se sintió la necesidad de desarrollar un modelo de ética aplicada que sirviera de moderador al ejercicio profesional, a fin de que esta nueva “clase o estamento social” (los profesionales) no usara de manera impropia o avasallante, la ventaja que les representaba, tanto su depurado conocimiento como su reconocimiento académico, legal y oficial para el ejercicio de la carrera. De esa manera nació la ética profesional.
Luego, con el desarrollo del capitalismo, la economía de mercado y las grandes corporaciones empresariales, apoyadas en las nuevas maquinarias de producción en serie y los medios de transporte masivo, que permitieron la distribución de mercancías a gran escala y en el menor tiempo posible, se generó una mayor influencia social, económica e incluso política de las empresas y su subsecuente responsabilidad social, generando a su vez un imperativo categórico de conciliar los beneficios y la productividad, con la satisfacción de las necesidades del mercado (clientes y consumidores) induciendo así la definición de una nueva ética aplicada: La ética empresarial.
Posteriormente, cuando en el año 1972 se hizo público a través de los periódicos New York Times y Washington Star, el experimento médico desarrollado en la ciudad de Tuskegee, Alabama, Estados Unidos, con alrededor de 600 afrodescendientes, usados inconsultamente como instrumentos de laboratorio durante los años 1932-1972, para estudiar la evolución de la sífilis en seres humanos, provocando una profunda investigación que concluyó con el sonado informe Vermont; y sumado a ello los informes sobre la réplica o reproducción de estos experimentos realizados por médicos estadounidenses en Guatemala (1946-1948) con los mismos fines y en los que, igualmente se violaba el libre consentimiento de los participantes “voluntarios” más los antecedentes de experimentos llevados a cabo por médicos y científicos alemanes durante el régimen nazi, conocidos y aireados durante los juicios de Nuremberg (Alemania 1947) en que fueron condenados a diversas penas, incluidas la cadena perpetua y la pena de muerte decenas de científicos y altos mandos militares del derrocado régimen, lo que a su vez motivó la creación del código ético que lleva su nombre así como la declaración de Helsinki, Finlandia, adoptada por la Asociación Médica Mundial (AMM 1964 ) reapareció de nuevo la urgencia de proponer y trabajar otro modelo de ética aplicada que se conocería como bioética; especialmente tras la intervención del oncólogo Rensselaer van Potter (1970) cuando propuso la creación de un puente amigable y de coordinación y entendimiento entre las ciencias y las humanidades.
Más tarde se planteará la psico-ética, específicamente hacia el año 1988 por parte del profesor Omar Franca en su Tesis de licenciatura en Teología Moral para la Universidad Pontificia de Comillas; también como modelo de ética aplicada y en procura de sistematizar y clarificar los dilemas morales que se presentan en el ejercicio de la psicología y la psiquiatría; estableciendo normas de conductas adecuadas para la solución ética de los conflictos y el correcto y discreto manejo que demanda el tratamiento de las cuestiones relativas a la conducta humana y la salud mental.
Entrados como estamos en el siglo XXI y con ocasión del desarrollo de la llamada Era del conocimiento y la información, especialmente tras el impacto del uso masivo y febril de las redes sociales y más aún, con el impetuoso advenimiento y desarrollo de la Inteligencia Artificial (IA ) y la necesidad de garantizar la ciber-seguridad de las personas, instituciones y sociedad en general, se hace más que perentoria, imperativa la necesidad de introducir un nuevo modelo de ética aplicada y especializada en estos temas, que bien pudiera llamarse Ciber-ética.
La ciber-ética está llamada a soportar y sostener sobre una plataforma delineada por principios éticos, como la benevolencia, la justicia y especialmente la no maledicencia, estos nuevos desafíos que representan la cohabitación entre la realidad y la virtualidad, a fin de que todo avance científico y tecnológico tenga siempre como norte, el fortalecimiento de la condición humana de la persona, su dignidad y su bienestar como propósito fundamental.