enfoque

Haití una especie de Ruanda en el Caribe

El pasado 7 de abril se cumplieron 29 años del genocidio ocurrido en Ruanda (1994), episodio trágico en el cual tan solo en cien días fueron asesinadas brutalmente cerca de un millón de personas, ante la mirada indiferente de la ONU y la comunidad internacional. Abominable acontecimiento, que muchos quizás no recordamos, y otros por razones de edad no lo retienen en su memoria.

Los choques entre bandas y las protestas callejeras en Haití mantienen a ese país en estado de sitio.

Los choques entre bandas y las protestas callejeras en Haití mantienen a ese país en estado de sitio.AP

Ruanda, país centroafricano integrado por dos territorios –Ruanda y Burundi– tutelado por Bélgica, y mediante el mecanismo administrativo del fideicomiso utilizado en el proceso de transición de las antiguas colonias africanas para su descolonización, alcanzó su independencia en 1962, aunque continuó siendo una región marcada históricamente por la rivalidad entre los grupos étnicos que la habitaban, predominantemente por Hutus (80%), Tutsis (18%) y un (2%) representada en otras etnias tribales.

Este genocidio fue catalogado como una de las peores masacres del siglo XX, cuyo detonante fue el derribo con misiles del avión donde viajaban los presidentes Juvénal Habyarimana (Ruanda) y Ciprian Ntayamira (Burundi), magnicidio que se culpó al Frente Patriótico Ruandés (FPR), integrado por rebeldes Tutsis exiliados, incitándose por la radio a la masacre –7 abril al 15 de julio– donde fue exterminada el 70% de la población Tutsi.

Bajo este fatídico contexto pretendo realizar un ceñido análisis-comparativo de lo acontecido en Ruanda, versus la caótica situación que hoy vive Haití, que, por limitaciones de espacio, solo reseñaré algunos detalles relevantes.

Al analizar la historia de ambas naciones, podemos evidenciar diversos aspectos comunes, empezando por su génesis territorial, pues ambas fueron colonias europeas –francesa y belga– sometidas a la esclavitud y una abierta expropiación de sus riquezas hasta que alcanzaron su independencia, Haití en 1801 y Ruanda en 1962, aunque lograron su libertad, resultaron divididas en dos regiones, el país caribeño en dos reinados y el africano en dos territorios.

En ambas naciones sus moradores aún continúan asociados al origen étnico y subyugados a la estirpe del linaje y costumbres, situación que de manera natural engendra “odio racial” a pesar de tener las mismas características etnográficas. En Haití, su población es un 95% de ascendencia africana, el resto de la población es mulata o caucásico-africana.

Un aspecto que resaltar, es que ambos países siempre han estado asediados por la violencia de grupos armados apadrinados desde sectores políticos y económicos, utilizando como pantalla una confusa identificación racial que solo conduce a la anarquía y el caos. Tal como Ruanda y Haití, tras el magnicidio del presidente haitiano Jovenel Moïse, este país entró en una aceleración vertiginosa hacia el caos total, ante la ausencia del gobierno o al parecer con la desaparición de un interlocutor confiable entre los grupos armados, quienes imponen el terror mediante asesinatos, secuestros y cualquier tipo de actividad delincuencial como método para ejercer control territorial y de la cotidianidad de la nación. El mismo proceso que sacudió a Ruanda.

Haití como Estado hace tiempo traspasó la línea de no retorno, al no tener las más mínimas condiciones de gobernabilidad, control territorial y viabilidad de desarrollo, convirtiéndose en un Estado fallido, en el cual su población resiste entre la disyuntiva de sobrevivir a la hambruna o al designio de los grupos armados.

En tal sentido, el mundo evidenció las dantescas escenas dadas a conocer por la prensa y redes sociales, de cómo la población haitiana hastiada por la violencia generalizada de grupos pandilleros, desesperada se empoderó de la misma irracionalidad sangrienta de sus verdugos para eliminarlos, bajo la displicencia o complicidad de la policía, aplicando el dicho “muerto el perro, se acabó la rabia”.

Mientras esto ocurre en Haití, la ONU y la comunidad internacional continúan exhibiendo su indolencia y falta de acción ante la crisis de ese país, muy contraria a la manifestada ante la del Sudán. Ante estos precedentes demostrado, me conducen a plantear una hipótesis, que me he resistido a aceptar: “permitir conscientemente que Haití cruzara esa línea de no retorno, que su crisis tocase fondo o colapsará, y dejar que sea vista como un problema insular”, por lo que creo bastarían 25 a 30 años para que se replique lo acontecido en Ruanda, pero con consecuencias inimaginable para nuestro país. Hipótesis que explicaré de manera objetiva, que dejo a consideración del lector.

No es secreto para nadie, y así lo corroboran las diversas investigaciones sobre natalidad realizadas en el país, las cuales establecen que las mujeres dominicanas alumbran un promedio de 2 a 3 hijos, mientras las haitianas 5 o más, lo que significa que ellos –Haití– multiplicará su especie dos veces más que la nuestra, aunque suene duro y cruel, es una realidad preocupante.

Si realizamos un ejercicio matemático estos datos, teniendo en cuenta que en nuestros hospitales anualmente se registra un promedio de 30 mil partos de mujeres haitianas, en 20 años tendríamos 600 mil haitianos nacidos. De mantenerse una media de 5 hijos por cada haitiana, en un periodo de 25 a 30 años habrán nacido en nuestro país 3 millones de haitianos, por lo que bastarían menos de 30 años para que en nuestro territorio exista un haitiano por cada dominicano. ¡Cosas Veredes!

No pretendo ser pesimista ni pitonisa, pero las estadísticas proyectadas por las parturientas ilegales haitianas indican que nuestra realidad camina hacia esos destinos, como ocurrió a muchos países europeos en donde la presencia musulmana sobrepasó y desbalanceo su población nacional, gracias al vientre de sus mujeres, esquema que los haitianos reproducen. “No hay peor ciego que aquel que no quiere ver”.

En tal sentido, la periodista italiana Oriana Fallaci, nos recuerda en su obra “La fuerza de la razón”, al citar las inquietantes palabras del presidente argelino Huari Bumedien ante la Asamblea General ONU (1974): “Un día millones de hombres abandonan el Hemisferio Sur para irrumpir en el Hemisferio Norte. Y no lo harán precisamente como amigos. Porque irrumpirán para conquistarlo. Y lo conquistarán poblándolo con sus hijos. Será el vientre de nuestras mujeres el que nos dé la victoria”.

Justo es reconocer la firme voluntad, coherencia y postura del presidente Luis Abinader, con relación a la problemática de Haití, reclamando en innumerables ocasiones la intervención y asistencia al vecino país, reiterando “que no hay ni habrá solución dominicana al problema haitiano”, mientras la ONU y los países amigos de Haití –Estados Unidos, Canadá, Francia y la Unión Europea– se muestran indolentes o parece no interesarles lo que ocurre en esa nación, quizás con propósitos malsanos.

Como diosidencia de la vida, tres días después de la petición de nuestro Canciller ante el Consejo de Seguridad ONU para que se intervenga y auxilie a Haití, su Comité para la Eliminación Racial pide a los países de América “detener las deportaciones” de migrantes haitianos. Un ultimátum directo al único país del continente americano que posee una exorbitante presencia de estos inmigrantes, y que, sin pretenderlo convirtió indirectamente su territorio en un “campo de refugiado” al albérgalos sin restricciones, facilitándoles alimentación, educación, trabajo y servicios médicos-hospitalarios gratuitos, quienes consumen el 14% del presupuesto nacional de salud, en detrimento de los dominicanos.

Finalmente, y en base a lo anteriormente expuesto, parece evidente que la demostración de insensibilidad, desinterés e irresponsabilidad exhibida por la ONU y la comunidad internacional ante la crisis de Haití, tendría un marcado propósito en que ese país colapse, y el tiempo –su mejor aliado– empuje dicha crisis hacia el lado Este de la Isla, como solución al problema de Haití, y de hecho lograrían una forzada unificación de dos naciones diametralmente opuestas en lo cultural, religioso, étnico, idiomático e idiosincrasia. Aunque es una hipótesis, tengo el derecho a suponerlo, y el tiempo será testigo. ¿Qué haremos mientras acontece la solución a la crisis haitiana?

El autor es miembro fundador del Círculo Delta

fuerzadelta3@gmail.com