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La sociedad con filtros

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Federico A. Jovine RijoSanto Domingo

En el largo camino que media entre la sabana africana y “los arcoíris y los puentes del superhombre” nos hemos reinventado muchas veces, solo que nunca hemos sido conscientes de esos cambios hasta que los vemos en retrospectiva, con el prisma de la historia y la condescendencia propia de quienes no vivieron aquellos procesos.

Que la lucha por el reconocimiento es el motor de la historia no fue un descubrimiento de Hegel, el imperativo procreador opera en modo inconsciente y nuestra programación evolutiva hace que seamos capaces de cualquier cosa con tal de lograr una validación exterior que refuerce la mejor imagen que tenemos de nosotros mismos, de cara a los fines reproductivos.

En el marco de esa realidad, las tecnologías de cada época marcan la pauta (siempre ha sido así), y cada generación cree que nunca en la historia la humanidad había logrado herramientas tan poderosas, capaces de cambiar el mundo y nuestra concepción de él (de nuevo: siempre ha sido así).

Los filtros de edición de fotografías en las redes sociales de mayor uso -por ejemplo- son el nuevo dolor de cabeza de sociólogos, psiquiatras, psicólogos et al. Aparentemente, su uso indiscriminado proyecta la imagen que cada quien tiene sobre sí mismo, pues al operar no solo como aspiracional, sino como reflejo de lo que debiera ser la realidad, el sentido de dependencia de la imagen se refuerza, al punto que cualquier cuestionamiento a la realidad es rechazado, acelerando un bucle que deriva en un reforzamiento de las relaciones afectivas a través del mundo virtual y rechazando el real.

Habrá que determinar en términos etarios qué proporción de uso de estos se da a nivel generacional, pero es sobre los jóvenes que recaerá el peso de construir un mundo nuevo /real, diferente al nuestro, o dejarse aplastar por el que construimos nosotros, con todos sus defectos, reales también.

Estamos adentrándonos en una nueva era en donde las relaciones humanas se estructuran sobre lo virtual; donde el contacto físico decrece y los individuos priorizan la interacción en redes a través de identidades filtradas, depuradas y estilizadas que no obedecen a lo real, sino a lo imaginado, con todo el potencial devastador que subsiste en el rechazo a estas, una vez constatadas con la realidad; un mundo que rechaza a su vez las viejas formas de vinculación personal que constituyeron la base de nuestro éxito evolutivo como especie.

En este nuevo camino que la humanidad transita, nuestras palabras carecerán de sentido y no necesitarán filtros.

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