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La cultura maltratada

Los escritores dominicanos están a merced de la Dirección General de Impuestos Internos, por la obligación de tributar al Estado los escasos aportes que reciben por la venta de sus libros. Las pocas librerías que quedan les cierran sus puertas.

Cándido Bidó, maestro de la pintura dominicana.

Cándido Bidó, maestro de la pintura dominicana.

Una norma controversial convirtió a los escritores dominicanos en mendigos. Quien la siga al pie de la letra tendrá que contratar cada año a un buen contable para que ponga al día sus papeles. Y, como es lógico, pagarle de su escaso doble sueldo, los merecidos honorarios por su labor.

Me estoy refiriendo a la obligatoria incoporación de los trabajadores de la palabra como contribuyentes obligatorios del Estado, como si fueran productores de relojes o salchichas.

En sociedades como la nuestra donde cultura se confunde con choteo, bajo nivel educacional, palmeras, rones, cervezas y playas, el escritor siempre será signado dentro de categorías subversivas, como si armar un libro importante valiera menos que dirigir una película de mala muerte.

Lo cierto es que ninguna librería “oficial” acepta obras impresas para su venta a un escritor que no esté registrado en la Dirección General de Impuestos Internos. A fin de cuentas, el autor invierte sus escasos recursos para imprir obras que su destino final invoca la gratuidad o se colocan en los sitios no indicados, siempre y cuando personalmente este las promueva. Por ello las nuevas generaciones se dedican a otra cosa, o emigran. El Estado no considera ese trabajo como emprendedor. Como si fueran responsables de que en la República Dominicana no abunden los lectores y los usuarios gasten más en alimentos u otras tonterías, en vez de obras de lectura.

Cuando Juan Bosch era presidente del país, convocó una exposición de pinturas en Bellas Artes. Allí se reunieron cuadros de los maestros de entonces junto a jóvenes, como Cándido Bido, Guillo Pérez, Alberto Ulloa y otros.

Bosch recorrió la exposición acompañado del entonces Director General de Bellas Artes, el poeta Máximo Avilés Blonda. Al llegar frente a la obra de Bidó, Bosch permaneció en silencio frente a ella y minutos después miró al pintor y le dijo una sola palabra: “Goyesco”.

Poco después, Avilés Blonda le susurró al oído: “Le gustó, regálaselo”.

Bidó esperó la ocasión propicia para informarle al presidente su decisión de entregarle esa obra como tributo a su afición por ella.

Bosch le miró de arriba abajo y a manera de boche le respondió: “La cultura no se regala. Cuando usted va a comprar una lata de leche, sino entrega a cambio el precio marcado, no se la puede llevar. Nunca más le obsequie a nadie sus cuadros. Quien quiera una obra debe pagar su valor por ella. Por eso yo voy a comprar todas las obras de esta muestra para colocarlas en las paredes del Palacio Nacional y de esa forma lograr que las aprecien funcionarios y visitantes”.

Antes de su lamentable muerte, visité varias veces al maestro Cándido Bidó, allá en su Bonao natal. Él me permitió ir acompañado de algunos grupos de pasantes del Listín para conocer su museo, interacturar y recorrer la ciudad en busca de las nuevas generaciones de artistas visuales, seguidores de su impronta. Allí conocimos sus clases de pinturas a los niños limpiabotas del pueblo a quienes. Después de concluídos esos talleres, Bidó le entregaba a cada uno, de su propio peculio, el dinero que habrían ganado durante la mañana que “perdieron en apariencia” por recibir clases pictóricas. Las jornadas sucedían dos veces por semana. Lo hacía porque durante su infancia, Bidó fue limpiabotas y nadie jamás lo tomaba en cuenta por esa condición.

Cuando le pregunté por la anécdota con el entonces Presidente Juan Bosch, él sonrió al recordar sus sabias palabras y la triste realidad que se vivía en el país que prefería invertir en ajuares y yipetas en vez de engalanar sus viviendas con hermosas obras de arte, o libros bien escritos para ser revisados una y otra vez y devueltos, con notas al pie, a los espacios otrora dedicados a la conservación bibliográfica.

Como buenos mortales, Juan Bosch, Máximo Avilés Blonda y Cándido Bidó han fallecido. El lugar que ellos ocuparon en la historia del país ha sido llenado por la flamante Dirección de Impuestos Internos, favorecida por una decisión presidencial de imponer el pago de ITEBIS a los que menos deben pagarlo. Me preocuoa la marcha de un país donde no se lee y lo único que importa es la producción de dinero a como de lugar. Un país en manos de usureros que obligan al escritor a mendigar con las buenas obras literarias que produce.

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