MIRANDO POR EL RETROVISOR
¿Cuál es tu carta sin abrir?
Quienes me conocen bien o siguen con frecuencia mis artículos dominicales en Listín Diario saben que una de mis películas preferidas es "Million dollar baby", con el título en español "Golpes del destino", ganadora del Óscar a mejor filme en el año 2004.
En varias ocasiones he apelado a la película para dejar alguna reflexión a mis lectores. Me encanta el filme, no solo por la trama, la musicalización, el tema controversial que aborda y el desenlace, sino por las lecciones de vida presentadas a través de los protagonistas y actores secundarios.
La película presenta la historia de Maggie Fitzgerald, personificada por la actriz Hilary Swank, quien a sus 31 años quiere ser boxeadora profesional y logra convencer a Frankie Dunn (Clint Eastwood), propietario de un viejo gimnasio, de que la entrene pese a su avanzada edad para ese exigente deporte.
Al final de la película Frankie le revela a Maggie el significado de “Mo Cuishle”, el apodo que le había puesto para inmortalizarla como boxeadora, algo muy común en el mundo del pugilismo.
Con ese mote –si quiere enterarse del significado vea la película- pienso que el entrenador quiso reflejar cómo logró curar con su pupila el corazón destrozado de un padre a quien su hija le había devuelto decenas de cartas sin abrir.
Y traigo esa parte de la película a colación en esta oportunidad porque a lo largo de nuestras vidas arrastramos traumas de la niñez, la adolescencia y la adultez sin diagnosticar, tratar y curar, como cartas sin abrir.
Y terminan muchas veces en desenlaces indignantes y algunos fatales.
Como los casos recientes ocurridos en el país, de un hombre que envenenó a sus dos hijos y luego se suicidó, otro que mató a su pareja embarazada de 80 puñaladas, la mujer que estrelló la cabeza de una niña contra una pared y el hijo que le quemó la casa a su madre porque se negó a darle dinero para comprar drogas.
Sin intentar justificar comportamientos de esa naturaleza, pienso que nos muestran el fracaso que como nación hemos acumulado en la construcción de familias sanas, lo que finalmente termina reflejándose en el deterioro de la convivencia pacífica social que tanto anhelamos.
Quizás la adolescente cae en una relación sentimental con un hombre de mayor edad –no fue el caso de Maggie y Frankie- porque ve en él al padre que nunca tuvo, pero termina descargando toda esa frustración del progenitor ausente con su pareja.
Hombres que incurren en maltratos con sus esposas y exesposas, porque tuvieron una niñez marcada por la violencia.
Jóvenes que terminan en la delincuencia porque sus padres asumen en este tiempo la educación en el hogar basada en el “Laissez faire” (dejar hacer, dejar pasar), similar a la teoría económica que propugna por la libertad individual a través de la no intervención gubernamental en los asuntos económicos de un país, consiguiendo una libertad absoluta y sin obstáculos.
El neurólogo y psiquiatra italiano Benedetto Saraceno, a quien he citado en otras ocasiones, me puntualizó en una ocasión que ser médico no se limita a practicar una técnica, sino a entender que ese profesional tiene también un poder transformador en la vida de las personas. Eso lo he comprobado personalmente con profesionales de la medicina que son reales transformadores de vidas, sin limitarse exclusivamente a la noble tarea de sanar.
El razonamiento de Saraceno podemos extrapolarlo a las relaciones familiares, como entes sociales y en el ejercicio del poder político. El éxito de los líderes que guían un país y de los padres en el seno familiar estará muy atado -a veces incluso como un nudo gordiano- a esa capacidad de generar cambios positivos que terminarán reflejándose en una sociedad menos violenta, más empática y resiliente.
Y como sociedad todavía estamos a tiempo de revertir ese cuadro tan desgarrador y que de manera irresponsable intentamos resumir como una consecuencia de los “golpes del destino”.
El profesor y escritor irlandés Clive Staples Lewis, famoso por “Las crónicas de Narnia”, planteó en una frase que “no puedes volver atrás y cambiar el principio, pero puedes comenzar donde estás y cambiar el final”.
Y ese cambio o transformación puede comenzar abriendo esa misiva que ha marcado tu vida, pero ha permanecido cerrada por tanto tiempo.
Ignoro cuál será tu carta sin abrir, pero el comienzo de un nuevo año puede ser la excusa ideal para iniciar ese proceso de curación, como lo logró Frankie cuando decidió entrenar a Maggie, aún en contra de su voluntad inicial.
Y quien sabe, a lo mejor decidas hasta tú mismo asumir un apodo que refleje el nacimiento de un nuevo ser humano, libre de traumas, frustraciones y ataduras del pasado.