Carlos III de España y sus circunstancias

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

Era sin duda un monarca piadoso, devoto de la Inmaculada Concepción de María. Había reinado en Nápoles y Sicilia (1734 – 1759). Siempre respetó los consejos de su ministro Bernardo Tanucci, capaz y visceralmente anti jesuita. A la Compañía de Jesús, Carlos III le reprochaba su militante oposición a la beatificación del obispo de Puebla, Juan de Palafox auspiciada por él. A los oídos del monarca ilustrado llegaban los rumores de que los jesuitas se aprestaban a sublevar a los guaraníes para crear un imperio regido por el indio Nicolás I. Cuando los jesuitas fueron expulsados de Portugal en 1759, el P. General Ricci visitó a Carlos III quien le recibió amablemente. Varios historiadores, entre ellos von Ranke, constataron el “lavado de cerebro” al cual fue sometido Carlos III por sus ministros.

Como detonante de la expulsión de España se señala el llamado Motín de Esquilache, el 26 de marzo de 1766. El ministro de finanzas, el siciliano Gregorio Marqués de Esquilache, quería cambiar el sombrero de ala ancha, por la peluca francesa y el sombrero de tres picos. Alegaba que la capa y sombrero podían disimular puñales, pistolas y otros instrumentos conspiradores (Bangert, 1981: 467; Lacouture, 2006: 560). Durante el motín, Carlos III mostró cobardía al refugiarse en Aranjuez. Aunque se conocen instancias en que los jesuitas y otros aplacaron a las turbas, pronto, el Conde de Aranda, de ideas volterianas, les endilgó la autoría de los desórdenes.

Se nombró una comisión investigadora que ya tenía un fallo elaborado antes de investigar. Estas fueron las recomendaciones contra los jesuitas del fiscal de Castilla, Pedro Rodríguez de Campomanes, publicadas el 29 enero de 1767.

Primero, se consideraba a la Compañía de Jesús como incompatible con la monarquía española, pues exigía la obediencia ciega, era un Estado opuesto al gobierno ilustrado y configuraba un poderoso partido extranjero. Segundo, las enormes riquezas que la Compañía había acumulado en las Indias y en su “reino jesuítico” (las reducciones). Tercero, las doctrinas nocivas de los teólogos jesuitas: el probabilismo y el tiranicidio. Cuarto, su oposición sistemática a los monarcas. Quinto, el espíritu cismático que dominaba a la Compañía constituía un peligro para la propia Iglesia, que los monarcas católicos debían proteger (permítase sonreír). Finalmente, ya Portugal y Francia había procedido a expulsarlos. Faltaba un detalle odioso.

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