Frutos de conversión
Juan Bautista es otro de los grandes personajes centrales del Adviento que llama a efectuar cambios prácticos y radicales: “Conviértanse, dando frutos de la conversión”. Él apela a la libertad de cada uno e invita a viajar al mundo interior, al centro, al propio templo para determinar a través de qué cambios conductuales se hará visible dicha conversión.
Iniciar por lo más sencillo, por ejemplo, realizando una limpieza profunda de la casa, de la habitación, de la oficina, del carro para deshacernos de objetos que se han acumulado y que no son necesarios, estableciendo orden y limpieza. Trabajar patrones de conducta que limitan, tales como: hábitos no sanos, manías, actitudes egoístas, la impuntualidad, criterios muy subjetivos, conflictos y enfrentamientos innecesarios con familiares y amigos.
Crecer intelectual, emocional y espiritualmente a través de buenas lecturas, como, por ejemplo: La Palabra de Dios, sobre todo la propuesta por la Iglesia en la liturgia. En tal sentido, san Pablo ofrece una estupenda indicación: “Todo lo que se escribió en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, a fin de que a través de nuestra paciencia y del consuelo que dan las Escrituras, mantengamos la esperanza”. Orar con la liturgia de las horas. Hacer un momento de meditación cada día. Leer libros que fortalezcan nuestra espiritualidad, conocimiento personal o la relación matrimonial. Tener un momento de oración antes y después de cada comida, así como al iniciar y al concluir el día. El examen de conciencia al finalizar cada jornada ayuda a crecer y a proyectar la próxima jornada evitando replicar los mismos errores.
Partir de la lista de contactos para orar por cada uno de ellos; tener un detalle especial girándole una visita a quienes hemos descuidado por los motivos que fuesen. Celebrar la fe como familia acudiendo a la liturgia que organiza la parroquia.
Restablecer los vínculos con amigos y familiares que a causa de la pandemia u otros eventos se han visto afectados; retomar actividades o prácticas que se han descuidado prefiriendo la comodidad del hogar o el refugio del trabajo.
Evitar gastos superfluos impulsados por el espejismo comercial que se genera en torno a las Navidades. Resulta un contrasentido celebrar al “Dios que nació pobre entre los pobres” derrochando medios económicos que se pueden ahorrar para invertirlos en proyectos familiares o compartiendo con los más necesitados.
Hacer la práctica de escuchar más y hablar menos. Cuidarse de sí mismos y de los demás. Poner límites al uso de las redes, de las series y de los teléfonos celulares para evitar que nos despojen la serenidad y el tiempo para los amigos y los familiares. Organizar paseos y encuentros familiares, colaborar con los quehaceres del hogar. No olvidar que lo que importa en estos días es preparar y celebrar la venida de Jesús, el Mesías. Romper con la rutina celebrativa de cada año incorporando algo nuevo que fortalezca la unidad familiar, el crecimiento, el vínculo con los amigos y con Dios. En fin, reconciliarse con Dios y con su Iglesia sería una decisión estupenda.