Llorar

El cristiano más lleno de gozo y de santidad ha de ser también el más afligido y lloroso por sus pecados y los de sus hermanos. El que llora y sufre por esta causa, y está triste por sus extravíos, busca solícito, con el corazón contrito y humillado, la misericordia de Dios para el perdón y la reconciliación en Cristo Jesús.

A este creyente le embarga la tristeza piadosa que produce el arrepentimiento que lleva a la salvación. Llora la propia infelicidad y la de sus compañeros de milicia, y llora sobre los esfuerzos fallidos, sobre su ceguera espiritual y la lejanía de aquella buena obra infinitas veces anhelada e infinitas veces frustrada por culpa suya y de todos.

Por fortuna, esa tristeza que es conforme a la voluntad de Dios es para glorificarle a Él, y con ella el Espíritu Santo torna el corazón manchado en un corazón humilde, contrito, sumiso, dispuesto a abstenerse de todo mal y resuelto a transitar la vida nueva. Por eso existe una diferencia abismal entre esta tristeza y la tristeza del mundo.

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