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Dos enjambres históricos diferenciados

La nación, el concepto raigal de la nacionalidad constituye la diferenciación vital de hábitos, costumbres, creencias, cultura y existencia misma de la identidad. Los valores sociales, de convivencia y respeto mutuo, los establece la estructura jurídica constitucional de la organización social. La regulación de los límites territoriales da apertura históricamente a la doctrina del Estado. Una isla dividida en dos naciones, con lenguas y costumbres diferenciadas, a las que hay que sumar el hecho vital de haberse producido la diferenciación como consecuencia de una lucha sangrienta por su libertad, cristalizada no contra el Imperio colonizador de turno, sino contra el vecino que se la engullía, no puede y no debe permitir, ninguna violación ni atropello que ponga en riesgo su existencia. Haití es un país hermano pero sin tradición democrática, su vida social de Estado ha sido manifiesta por la ausencia de institucionalidad democrática. Su lucha contra el esclavismo atávico a pesar de la reyerta denodada por su libertad, no condujo al establecimiento de una sociedad democrática ni plural, nunca comprendieron que la posesión de la isla estaba marcada por dos enjambres históricos diferenciados y que respondían a culturas distintas. Bolívar tampoco entendió la complejidad de una isla compartida por dos naciones, o por lo menos en esos momentos cruciales del siglo 19, por dos corrientes nacionales “desemejantes” en la pugna por su identidad primigenia. El agradecimiento de Bolívar a los haitianos después del naufragio de Jamaica, lo llevó a desoír la voz alta de nuestro José Núñez de Cáceres, proporcionando un revés a la creación del nuevo Estado, que se puso entonces bajo la sombrilla liberadora de la Gran Colombia, empresa gigantesca de liberación que resignó el Libertador, desatendiendo el pedido de auxilio de la dominicanidad naciente.

La solidaridad ante la tragedia ha sido siempre característica del ser nacional dominicano, contrario a la práctica usual de invasiones bélicas sucesivas a nuestro lar nativo en por lo menos seis ocasiones, así como el ingreso masivo sin ordenamiento legal, no pueden ni deben autorizar la apostasía, la capitulación ni la supresión de nuestras conquistas institucionales y patrióticas, que nos consagran como República libre, independiente y soberana. Las grandes potencias que rigen el marco de las áreas de “influencias” se comprometieron en los años 90 del siglo pasado, cuando la llamada invasión de los “cascos azules” de la ONU a Haití, y posteriormente a causa del sismo en el 2010 que vulneró sus estructuras físicas, a invertir millones de dólares en su recuperación. La tragedia de Haití y su inviabilidad institucional y democrática es responsabilidad de organismos y poderes internacionales. La política del Gobierno del Presidente Abinader está marcada por el respeto a las leyes, el ordenamiento territorial y el patriotismo. La impronta de su gestión altamente democrática está marcada por la historia. El falso patriotismo del tirano Trujillo no puede ni debe servirnos de prototipo. Trujillo fue un canalla que le sirvió de manera destacada a la ocupación de 1916-24, aniquilando a los patriotas, y que luego, entre 1936 y 1939, intentó acercarse a Hitler, pretendiendo concederle parte del territorio dominicano al genocida alemán, para luego capitular ante los “Aliados”. Frente a esa basura política, Duarte, Núñez de Cáceres y Luperón emergen como paradigmas del ser nacional, patriótico e irrenunciable.

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