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Una línea muy delgada

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Margarita CedeñoSanto Domingo

El asunto migratorio genera graves preocupaciones en la opinión pública y en la ciudadanía. Como ha sucedido en otros momentos de nuestra historia, las pasiones sobre la soberanía se exacerban, las presiones internas y externas se disputan la atención sobre el tema y el debate político se ve afectado por extremismos innecesarios que nos desvían de la agenda de desarrollo.

Algo debe quedarle claro a la comunidad internacional: la solidaridad de la República Dominicana tiene un límite, y ese límite está determinado por el respeto a la integridad de nuestro territorio, la seguridad de los ciudadanos y la capacidad económica de nuestro país. A lo que aspiramos como país es a una migración legal y ordenada, acorde con los instrumentos internacionales, en la medida de las posibilidades y capacidades de nuestro país, ni más ni menos.

Sin embargo, en esa tarea transitamos por una delgada línea en la cual tenemos que ser muy cuidadosos, por el presente y el futuro de la ciudadanía. Los referentes históricos sobran para darnos cuenta de que las tensiones fronterizas y migratorias no dejan un saldo positivo.

Es lamentable que haya personas quienes, respondiendo a presiones externas o representando intereses particulares, quieran echarle leña al fuego, en lugar de propiciar la búsqueda de soluciones factibles, que es justamente lo que la República Dominicana ha reclamado ante la comunidad internacional.

Aunque el tema requiere prudencia y cuidado, hay quienes quieren poner a prueba la valentía y el coraje de los dominicanos y las dominicanas. En el pasado, los principales actores políticos de la nación han comprendido que es un tema que requiere paciencia, poner a un lado las pasiones y actuar con visión de futuro.

No podemos caer en el discurso de una sociedad basada en el odio y la exclusión de las personas que son diferentes a la mayoría, o que son vulnerables, pobres y migrantes. Pero tampoco someternos a los designios y planteamientos de agendas exógenas, de quienes no les interesa la realidad que vivimos en territorio dominicano ni aportan a la solución del fallido Estado de Haití, ni mucho menos valoran la solidaridad de nuestro pueblo en su justa dimensión.

En esta hora en la que la cuestión de la inmigración se erige como el eje del discurso político, guiando la arena política, se requiere claridad y madurez, sensatez y prudencia, para evitar a toda costa que haya daños irreparables a la necesaria cohesión social y estabilidad política, a nuestra posición de liderazgo en la región de Centroamérica y El Caribe y, sobre todo, a la seguridad y calidad de vida de los dominicanos.

El tema migratorio es un tema complejo en todos los estados fronterizos, y en estos momentos de crisis global y multidimensional, ese debe ser el eje central de nuestra diplomacia, pero abordado desde la más estricta legalidad, capacidad institucional y fortalecimiento de nuestros valores patrios; y no con declaraciones populistas y sensacionalistas que no llevan más que a abonar el terreno para que sigan creciendo el odio, la desesperanza y la inseguridad, y faciliten que intereses oscuros impongan su agenda y nos empañen nuestra imagen internacional.

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