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Viendo volver

Decía Azorín que vivir es ver volver. Son las enseñanzas de la historia. Ocurrió primero en 1983, cuando conocí al joven activista cultural Ricardo Bello, quien extrañamente, a pesar de su patológica devoción por el presidente Joaquín Balaguer me cayó bien, salvo en los momentos en que, con un optimismo que para entonces parecía rayar en la locura, me aseguraba convencido que el Doctor Balaguer regresaría al poder en 1986.

Muchas tasas de café, colado por las manos mágicas de Rosa Parker en Color Visión compartí con Ricardo, mientras estoicamente me resistía en rechazar su absurda seguridad en afirmar que el Doctor volvería. Como es de todos sabido, resultó que por los efectos de la década perdida de Latinoamérica, por los malos juegos de los organismos internacionales (FMI), y esa vocación fratricida que siempre ha perseguido al PRD (heredada ahora por su hijo menor el PRM), en las elecciones de 1986 el Doctor retornó, ya absolutamente ciego, a su despacho palaciego. Fue así como Ricardo se convirtió para mí en un ejemplo de constancia y fe en sus sueños, aunque estos fueran tan fúnebres como la vuelta al poder de quien en 1966 había negociado la sangre de una generación por regresar al Poder. ¡Ay, Síndrome de Hubris que tanto daño has causado a estos pueblos! Mil años después me ocurriría igual con el Gordo Oviedo, mientras Lula ingresaba en la cárcel y toda una gendarmería mediática, política y de inspiración imperial hacía añicos su obra de gobierno, a pesar de sus innegables avances especialmente en lo que tiene que ver con justicia social, igualdad de oportunidades y lucha contra la pobreza. Para entonces, abril de 2016, sólo al Gordo y a nadie más en este país, (ni en el mesón de Bari cualquier día, ni en la Casa de Teatro alguna noche), a nadie más, ya digo, se le ocurría afirmar convencido que Lula volvería a la presidencia de Brasil… y volvió.

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