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El poder de la percepción

Hegel, en su absolutismo, pensaba que “todo lo real es racional y todo lo racional es real”. Decía, además, que “la percepción sensible es engañosa”. Sin embargo, engañosa o no, lo cierto es que la percepción del mundo que nos rodea define nuestra representación de él en sentido general; determina –de cabo a rabo– nuestra escala de valores, nuestras respuestas a determinados estímulos y circunstancias: alegría, tristeza, solidaridad, crueldad, y hasta la ruindad.

Søren Kierkigaard solía decir que “los poetas son seres atormentados”, y tenía razón, porque ese maridaje entre pensamiento y palabra o, entre pensamiento y obra es innegable: somos lo que pensamos y obramos conforme somos. Eso explica –si bien no necesariamente justifique– la Primera Guerra Mundial, la segunda, el holocausto; la actitud de Stalin frente al riesgo de fusilamiento de su hijo Yákov cautivo en manos de los alemanes –que finalmente se llevó a cabo– y, algo peor aún, la actitud de otro ruso, Pedro el Grande, de no solo fusilar a su hijo Alejo, sino previamente torturarlo. Asimismo, la actitud de Abraham, padre de la fe, presto a ofrecer su hijo en sacrificio.

La percepción explica la moral individual y la ética colectiva; explica el delito y la ley, la culpa y la sanción. Igual pudiera explicarnos el discurso de Petro ante la ONU; las actitudes frente a la vida de Daniel Ortega, Biden, Maduro, Trump, Bolsonaro, Lula. Podría decirse también que, por variada y numerosa, ella es la responsable de que la humanidad no pueda ponerse de acuerdo –en su totalidad– sobre un proyecto común para alcanzar la paz, por ejemplo. Sin embargo, inducida, podría servir a la retención del poder y a la dominación colectiva. Por eso se dice que ella es “más importante” que la realidad.

Siendo tan numerosa y variada la percepción, quizás sea “razonable” conjeturar en el sentido de que, la suma de todas las percepciones –y más que todo, su interacción y los resultados que de ella derivan– pueda constituir un sistema caótico que sirve a su propio fin equilibrista. Y aquí vuelvo con Yuri Levitansky: “Y a pesar de todo soy feliz, porque pude existir hasta este instante; hasta esta potente sacudida de las entrañas de la tierra. ¡Sobreviví! ¡Tuve tanta suerte! Comprendí, y sé en verdad, que la historia no se equivoca en su movimiento, solo que sus cotas no tienen que ver con nosotros”.

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