Freddy Ginebra celebrando la vida: el día que descubrí que los Reyes no existían
Desde que descubrí que los reyes no existían supe que la vida iba a ser difícil. Con la desaparición de los reyes el atentado a mi vida fue terrible, no paré de llorar en secreto. Si no existen los reyes, quizás tampoco existirían otras cosas en las cuales creía ciegamente.
Pasé varios días en silencio. Ya no más preocupación por poner cada 5 de enero caramelos, yerba para camellos y hasta últimamente algunos jugos que alentados por compañeros de clase, me dijeron pusiera para que ellos fueran mas generosos.
Mi vida de detective había terminando abruptamente. Había pasado mucho tiempo tratando de imaginar cómo era que ellos entraban a la casa, donde dejaban los camellos, como nadie los sentía, y como siendo tantos niños en mi vecindario nunca se equivocaban dejando a cada uno lo que cada uno había pedido. Y tantos niños en el mundo y por qué a algunos más pobres no les ponían nada.
Ya en la escuela, Federico me había dicho que él sabía que los reyes eran los papás, pero no le creí. Me negaba a creerle. Federico era un mentiroso y quizás reaccionaba así porque llevaba varias navidades pidiendo una bicicleta y nunca llegaba. Me lo juró. Que su mismo papá tuvo que decirle que los reyes eran ellos y porque por falta de dinero no habían podido comprarle su añorada bicicleta. Con toda y esa declaración me negué a creerle.
Uff, qué golpe tan grande. Me habían derrumbado todos mis sueños. La vida desde ese momento tomó otra dimensión más complicada.
Si los reyes no existían ¿cuántas mentiras más estarían esperándome?
El siguiente gran golpe de mi infancia fue el divorcio de mis padres. Una mañana me vi maleta en mano salir de la casa de los dos a la casa de mi abuela. Parece que el acuerdo era separar los hijos, eran otros tiempos.
Urgentemente el niño que era comenzó a descubrir la vida, a saber que los colores aparecían y desaparecían. Mi corazón de niño se desbordó de emociones y el dolor se instaló haciéndolo cotidianidad.
El mundo en el cual vivía no me gustaba. Tuve dos opciones, o ser un niño infeliz viviendo en un mundo hostil o construir mi propio mundo para defenderme de aquel en que vivía.
Supe desde muy pequeño, sin saber lo que era, que eso que llaman felicidad iba a depender exclusivamente de mí y al principio de manera muy sencilla comencé a trazar mi meta y mi ruta para alcanzarla.
Inventé un mundo para mí, traté de contagiar a todos con mi utopía, y hoy casi al final del camino sé que ha sido posible.
Cada mañana me levanto con la única intención de contagiar a todos aquellos a quienes el mundo no es el que quieren, a que jamás dejen de soñar, jamás pierdan las esperanzas y jamás dejen de sembrar el bien en el camino que tengan que andar.