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El rey David

Personaje central del pueblo judío, David, fue “el ungido de Dios” para suceder a Saúl como el segundo rey de Israel. Figura en la historia sagrada como “un varón conforme al corazón de Dios” y un gobernante extraordinario que consolidó el reino de su nación. Por ello, a través de los siglos, ha seducido a escultores, pintores, biógrafos, dramaturgos, cineastas... que no han cesado de producir célebres obras, como el “David”, de Miguel Ángel, una escultura que lo exalta como modelo de juventud y belleza.Sin duda, su vida ha despertado curiosidad porque estuvo llena de contradicciones: hombre profundamente espiritual, con un corazón tierno para con Dios, que sin cesar oraba, adoraba al Señor y escribía salmos de alabanza; era, por otro lado, un guerrero incansable que pasó la mayor parte de su vida luchando y matando enemigos. Muy comprometido con su lealtad hacia Saúl, pasaba por alto el peligro que esto suponía para él; pero era un padre que no se comprometía con la buena crianza de sus hijos y era incapaz de disciplinarlos. Sentía grandes deseos de honrar a Dios y guiar al pueblo en adoración; pero no vaciló para cometer adulterio con una mujer hermosa y después trató de ocultar su pecado, matando a Urías, el esposo de ella. ¿Cómo podemos explicar tanta contradicción? Pues no olvidemos que el rey David era simplemente un hombre, con la misma naturaleza pecadora de todos nosotros. Precisamente en sus salmos, vemos la lucha que libraba entre su conocimiento del bien y su incapacidad para llevarlo a cabo. Además, Dios comprendía que era un ser humano imperfecto y, obviamente, no esperaba de él la perfección. Más bien, miraba dentro de su corazón a un hombre constantemente fracasando, pero constantemente confesando y arrepintiéndose de su pecado, deseoso de obedecerle sinceramente. “He hallado a David, hijo de Isaí dijo Dios-, varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero” (Hechos 13:22).

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