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Diablos y santos en la sociedad

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Federico A. Jovine RijoSanto Domingo

Al final, Marx tenía razón, y la lucha de clases, el motor que mueve la historia, ha comenzado a andar nuevamente, o mejor dicho, a acelerar. Acomodadas en un discurso conservador dominante, seguras de su alianza provechosa con la élite política, que en las últimas décadas les permitió expandir su capital y multiplicar sus fortunas, las élites empresariales dominicanas despiertan de su irresponsable letargo en medio de un fuego cruzado, desconcertadas.

Si las crisis se resuelven agudizándolas, el Covid-19, su secuela inflacionaria y los efectos de una guerra proxy que va a peor, no han sido más que catalizadores de un proceso pendiente, necesario e impostergable: la redefinición geoestratégica del mundo unipolar hacia uno multipolar y, subsidiariamente, la formulación de nuevas reglas de comercio y mercado. Este parto forzoso tendrá secuelas y bajas colaterales, y, en la región más desigual del planeta, las inequidades sociales y económicas irresueltas generarán reconfiguraciones políticas -pacíficas o violentas-, bajo un esquema rupturista cuya dinámica, curso y resultados, nadie es capaz de predecir.

Si la alianza con el PLD les sirvió para crecer, aun a costa de compartir espacios económicos con actores emergentes cuya voracidad y deslealtad casi les cuesta su existencia hegemónica, las élites empresariales apostaron al cambio creyendo no solo que asegurarían y aumentarían sus posiciones y nichos, sino que tendrían un rol director que les permitiría reencauzar el proceso de evolución económica hacia sus fines.

La actual crisis mundial, y su presente y futuro impacto local, ha roto todos los planes y, en medio del rifirrafe político/jurídico/penal entre el gobierno y la oposición, las élites han quedado expuestas… irremediablemente expuestas. Cierta o no la teoría del caso, Medusa plantea unos supuestos niveles de connivencia y conchupancia vergonzosos, desacralizando al empresariado nacional -a justos y pecadores-, deslegitimando su nivel protagónico y director, e igualándolo a los demás sospechosos habituales, tradicionalmente señalados como responsables de la corrupción en el país.

Las élites no saben cómo reaccionar. Algunos entienden que Abinader deberá protegerlos, a toda costa… otros ya pactan con la oposición, soñando reeditar viejas alianzas, pero, lo que es peor, todo un sector que verdaderamente ha aportado mucho al crecimiento nacional es fusilado sin distinción ni criterios, en el paredón moral de las redes sociales.

El discurso de la lucha de clases, durante años patrimonio exclusivo de la izquierda y las élites intelectuales, despierta, se reedita en una versión popi/wawawa, se hace lenguaje común, y comienza a andar.

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