TIRO DE GRACIA
Un periodista contra el narco
Juan Andújar fue mi amigo. Y aunque ya no esté, siempre lo será. Cayó baleado a pleno Sol, frente a la emisora de radio donde trasmitía su programa. El hecho ocurió a la salida del recinto donde acababa de sacar a la luz pública nombres muy temidos. Su cuerpo, ensangrentado, transpiraba la dignidad de un periodista. Lo considero fuera de serie. Uno de esos veedores que sabe dar la cara.
Tal vez su prosa escrita fuera plana, pero “solo pedantes y bribones se lo echarán en cara, porque murió bien”. Lo visité en varias ocasiones. Llevé a su amada Azua mi humildad y respeto, y juntos organizamos batidas contra el crimen organizado.
No escuchaba consejos. Yo mismo le propuse la moderación de su discurso ético. Colegas y vecinos le instaban a cuidar sus espaldas. Pero según su modo de ver, eso era peor. No confiaba en la eficacia policial de entonces. Ni en cuidadores, ni mucho menos en centinelas. Su mejor custodio era su coraje aunque fuera un acto de descuido en países donde las débiles democracias miraban a otro lado.
Lo conocí en el Listín Diario, un día de 2001. Pero ya mis oídos se acostumbraron a escuchar sus historias. Nuestro encuentro fue profesional: Él buscaba un editor, y yo un colaborador con los pantalones bien puestos.
Leía sus reportes de prensa y constantes denuncias ecológicas. Conocí su trabajo de rescate de la arqueología nacional y su colaboración desinteresada con la fundación Hábitat, que todavía insiste en construir viviendas con materiales reciclables para familias de escasos recursos.
Andújar nunca fue adulador, sino un hombre nacido para servir.
Un día, Azua y Andújar amanecieron estremecidos: Extranjeros sudamericanos levantaron una empalizada, apropiándose de tierras, arena y un trozo del mar Caribe. Escogieron un sitio ideal para levantar un embarcadero con raros propósitos. Ante su llamado, acompañé a un equipo del Listín a reportar el hecho. Allí conocí a otro sureño ejemplar, el banilejo José Miguel Germán a quien me uní, junto a un grupo de parroquianos, a destruir aquel emplazamiento improvizado. Juntos, devolvimos a la ciudad el pedazo de playa usurpada.
Semanas después, los extranjeros volvieron a montar otro engendro improvisado, pero con mejores recursos. No fui solo al combate con Andújar y Germán. Integré otro equipo con la siempre efectiva periodista Solange de la Cruz, al fotorreportero Miguel Gómez y un chofer de la redacción.
Ese día volvimos a restaurar la propiedad popular y, mientras Miguel Gómez se dirigía en la camioneta en busca de otras fuentes, él y el chofer fueron interceptados por dos vehículos. De ellos bajaron hombres armados. Ante el asombro, el chofer del periódico quien solo atinó a preguntarle al que parecía jefe del grupo:
-Colombia… ¿nos vas a matar?
Junto a su arma, el hombre llevaba un folder lleno de papeles.
-Estos son los títulos de propiedad, incluyendo la playa. Todo esto es mío -les dijo.
Miguel Gómez tomó fotos documentales. Y al parecer, bajó la fiebre.
Mientras, en la playa, destruimos la nueva empalizada y el equipo del Listín celebró la victoria en el patio trasero de la modesta vivienda de Andújar, junto a su esposa y sus historias. Entre café y agua de coco, la promesa del retorno no pasó por alto.
Solage y la periodista Yvonne Francisco quien hoy anda por la ciudad de Boston cumplieron el retorno y los vientos soplaron más. Solo que Andújar le hacía frente a todo sin mirar consecuencias.
Asumí con dolor el asesinato de Andújar, junto al Director del Listín, quien reclamó al Colegio Dominicano de Periodistas (CDP) un contundente apoyo a su memoria.
En unos meses recopilé sus escritos y reportes. Aquellos textos respiraban un innegable valor, junto a las fotos de Miguel Gómez. Nadie quiso aportar financiación para imprimir un pequeño tomo con su obra. Le entregué los documentos a Yvonne Francisco para difundirlos fuera del país. Ella también encontró oídos sordos. Todavía los conserva. Y su buena memoria me ha ayudado a reconstruir estas páginas.
En un pequeño rincón, a la entrada de la oficina del Director del Listín Diario, se encuentra una vitrina con cámaras antiguas a manera de exposición, una pertenecientes a Juan Andújar donada por su compañero Leonardo Santiago, hoy Editor de Fotografía del Listín. Y en el extremo superior del inmueble, se encuentra una pequeña nota biográfica, de cuatro párrafos, acompañanada de la foto que ilustraba su carnet de periodista. Todos los días me detengo ante su imagen, no para llorar. Lo hago para aferrarme al legado, a la convicción de multiplicidad en este siglo XXI donde el periodismo va dejando a un lado su condición de patrimonio exclusivo del poder, y se apuesta a profesión no robótica, muy cercana al corazón y a la dignidad humana.