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ORLANDO DICE ...

El credo por la mitad

Faltaría conocer las reformas de la comisión de la Cámara de Di­putados a las leyes de Partidos y Electoral, pues la impresión es que las que someterá la Junta Central Electoral serán de su cosecha.

Representarán las apreciaciones y los inte­reses de sus miembros, y no la de los partidos, pues asuntos que los políticos llevan como 14 años discutiendo, el organismo deja fuera.

Mucho populismo y efectos especiales y for­mas poco nobles de rehuir responsabilidades de importancia.

Como organizar las pri­marias o excluir el voto pre­ferencial a nivel municipal.

La JCE – sencillamente -- no quiere echarse vai­nas, y la experiencia de primarias fue amarga, vi­lipendiosa y descalifica­dora, por la reacción de Leonel Fernández a su derrota en la consul­ta abierta del PLD.

El propósito no sería hacer las cosas de me­jor modo, sino sacarle el cuerpo, no llevarlo a cabo, y que cada partido recurra a la modali­dad y se rasque con sus propias uñas.

Si no, que se arrimen al tronco de una javilla.

Con las sugerencias del organismo de elecciones y el informe pendiente de la co­misión de la Cámara de Diputados, el tema vuelve a debate.

Sin que pueda adelantarse que en mejores condiciones, pues los asun­tos son los de siempre, y lo peor, los mismos pasajeros e iguales maletas.

La coincidencia no es fe­liz, pero sí oportuna. Las enmiendas de la JCE al tiempo que el resultado del trabajo realizado por los legisladores, amplia la circunstancia de los partidos a reunirse con el presidente Luis Abinader. En vez de doce refor­mas, podría hablarse de trece, y aunque faltan tres años para las elecciones, conviene aclarar a tiempo y poner a tono el estatuto electoral.

Mucho más que se conoce el temperamento de los políticos dominicanos, que pueden ver el consenso al doblar de la esquina, pero pre­fieren seguir de largo y oponer un boicot a otro boicot.

Eso es lo malo de todo, que las cuestiones a dilucidar llevan años sobre el tapete, se han dis­cutido hasta la saciedad, con las mejores ase­sorías.

Al final todos se arrepienten y se quedan en el camino. Ni alcanzan la gloria ni merecen el infierno.

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