¿Qué te ha dejado el Covid?

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Juan Salazarjuan.salazar@listindiario.com

Con la decisión del gobierno de ir eliminando de manera gradual el toque de queda impuesto por el Covid-19, medida que comenzó a aplicarse en el Distrito Nacional y la provincia La Altagracia, es obvio que nos encaminamos sin pausa a la normalidad, a menos que un significativo rebrote del virus obligue a dar marcha atrás.

A propósito de la desescalada, recordaba la semana pasada esos primeros meses del letal coronavirus que obligó al encierro y otras restricciones, así como a inusuales medidas preventivas que se mantienen vigentes en el país desde marzo del año pasado.

Fue un tiempo de empatía con los contagiados y de sentidas expresiones de solidaridad con quienes veían caer a familiares y allegados. De cantarles incluso a los confinados para hacer más llevadero el momento, de mayor acercamiento familiar y de hacer un alto en el consumismo salvaje que evapora ingresos por la compra de artículos, la mayoría de las veces, innecesarios.

Y pienso que lo más importante, fue un tiempo con promesas de cambios, de que la pandemia marcaría un antes y un después en nuestras vidas para dar lo mejor de nosotros mismos como seres humanos.

Lamentablemente, el curso de la sociedad muestra una involución en ese aspecto, con comportamientos incluso exacerbados por las secuelas físicas, emocionales y económicas que ha dejado el nuevo coronavirus en el alma nacional.

Ese curso preocupante de la sociedad fue un tema de conversación que tuve con mi amigo Felipe León, a quien me detuve a saludar justo cuando estaba en el frente de su negocio de Herrería.

El virus nos deja, pese a la indetenible desescalada, más confinados emocionalmente, con efectos psicosociales abrumadores, incluso en niños y adolescentes, con una vida virtual más expandida y dependiente de las modernas tecnologías, especialmente el celular, nuestro compañero más íntimo y fiel.

El Covid nos ha proporcionado más contactos en redes sociales y pertenecemos a más grupos de WhatSapp, de nuevos amigos y hasta de extraños, pero se multiplican los divorcios por las infidelidades reales y virtuales, las relaciones padres-hijos se resquebrajan y el espíritu de solidaridad que siempre nos ha caracterizado como pueblo experimenta un franco deterioro.

Con mayor desempleo, carestía de la vida e ingresos limitados por la prolongada pandemia, se observa a personas mucho más atrapadas que antes por un consumismo voraz, porque se necesita aparentar más de lo que somos, y eso solo se logra con mucha ropa, celular último modelo, vehículo del año y otras necesidades creadas para consumidores compulsivos.

Y hay más oportunidades, sin dudas, para una delincuencia cada día más desafiante, sin el contrapeso de una Policía mejor entrenada, equipada y capaz de brindar paz y tranquilidad a los ciudadanos.

El SARS-CoV-2 también ha sembrado en los corazones una mayor dificultad para el perdón. Lo vivió hace poco Alá Jazá con las peticiones de que rodara su cabeza por ofender al fenecido merenguero Johnny Ventura, las que persistieron pese a que luego se excusó por su inoportuno comentario y a que la propia familia del llamado Caballo Mayor, la que debió sentirse más ofendida, dijo que no tomaría en cuenta su agravio.

Hay menos reparos al momento de ofender, insultar y difamar a los demás porque ahora lo tenemos a la distancia de un clic.

En el afán por producir más -tomando en cuenta que los ingresos actuales se reducen por el alto costo de la vida- asumimos compromisos más allá de lo conveniente para nuestra salud física y emocional, así como para la convivencia familiar.

Más horas de trabajo, en el chateo, en navegar por redes sociales y en satisfacer necesidades adicionales creadas durante este largo confinamiento, nos deja un virus que sin dudas ha marcado nuestras vidas para siempre.

Luego de esa conversación con mi amigo Felipe León me pregunté seriamente qué me ha dejado el Covid-19.

Fue un autoanálisis revelador de retrocesos, estancamientos y avances. De la necesidad de soltar algunas amarras. De levantar anclas para bogar en el mar de la vida sin afanes y ansiedades exacerbados por este tiempo de pandemia.

Ese día también leyendo en la Biblia las cartas del apóstol Pablo volví a reencontrarme con uno de mis pasajes preferidos, Filipenses 4.13: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.

Sin embargo, en esta oportunidad reparé mucho más en el anterior versículo, el 12: “Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para tener necesidad”.

Una aleccionadora reflexión en este tiempo de crisis sanitaria, económica y existencial.

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