PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA
No es una rebelión, es una revolución
Los Estados Generales abrieron sus sesiones en mayo de 1789 con una procesión. Hasta Robespierre desfiló velita en mano.
Los representantes del clero, la nobleza y el tercer estado no se reunían desde 1614. Hubo quien exclamó: “¡todo va a cambiar por fin!”.
Gracias al folleto de Sieyès, “¿Qué es el Tercer Estado?” y la agitación de varios políticos, una minoría lúcida del Tercer Estado sorprendió a sus colegas, Rey, clero y nobleza con dos acciones: clero y nobleza debían reunirse con el Tercer Estado, verdadero representante de la nación.
El voto sería por cabeza. En diciembre de 1788, Necker había duplicado el número de los representantes del Tercer Estado, autorizado por Luis XVI, harto de la nobleza y el clero, negados a pagar impuestos.
El 17 de junio el Tercer Estado se constituyó en Asamblea Nacional.
El Rey les ordenó disolverse y desistir de una reunión conjunta.
El monarca vestía la camiseta de los privilegiados. Varios párrocos pobres abandonaron las filas del clero y cruzaron para reunirse con el Tercer Estado.
Algunos nobles se lamentaron amargamente: “han sido estos malditos curas los que nos han traído la Revolución”.
En ese momento la palabrita tenía un alcance bien corto. El Rey quiso impedir que la Asamblea Nacional sesionase, cerrándole el local.
Los delegados se trasladaron a una cancha de tenis (bajo techo) y el 20 de junio juraron solemnemente no disolverse hasta dotar a Francia de una Constitución. Para el 27 de junio, el Rey “ordenaba” lo que no podía impedir: los tres estamentos sesionarán juntos.
El 9 de julio, la Asamblea Nacional adoptó el nombre de Asamblea Nacional Constituyente. Luis XVI volvió a la carga: el 11 de julio, destituyó al popular ministro Necker y comenzó a concentrar tropas leales cerca de Versalles, lo que provocó la Toma de los Inválidos y de la fortaleza de la Bastilla, el 14 de julio, día en que “La France” celebra su revolución. Cuando el 15 de julio, Luis XVI despertó a las 8 de la mañana, luego de escuchar el reporte de los sucesos, se dice que exclamó: - Pero ¿es una rebelión? - “No, señor, no es una rebelión, es una revolución.” respondió el duque de Rochefoucauld - Liancourt. Arderían haciendas, y documentos oficiales.
El autor es profesor asociado en la PUCMM