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EL INFORME OPPENHEIMER

¿Debemos crear un Ministerio de la Soledad?

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Andres OppenheimerSanto Domingo

Esto no es una broma: Japón acaba de crear un Ministerio de la Soledad para hacer frente a la cre­ciente crisis de desespera­ción, drogadicción y suici­dios que se ha exacerbado con la pandemia del CO­VID-19. Creo que nuestros países deberían hacer algo parecido.

El primer ministro de Ja­pón, Yoshihide Suga, anun­ció el 12 de febrero la crea­ción de un Ministerio de Soledad, principalmente para combatir un aumen­to de los suicidios en los últimos doce meses. Casi 21.000 personas en Japón se suicidaron en 2020, en lo que fue el primer aumen­to anual de suicidios en 11 años, informó el diario Ja­pan Times.

El trabajo remoto y la cancelación de reuniones sociales durante la pan­demia han empeorado los problemas de salud mental relacionados con la soledad de la sociedad japonesa, como ha sucedido en todo el mundo.

Japón siguió los pasos de Gran Bretaña, que ya ha­bía creado un Ministerio de Soledad en 2018, en me­dio de una creciente ola de depresión y enfermedades mentales que los expertos vinculan con el aislamiento tecnológico.

Ahora, cada vez más ex­pertos están recomendan­do que el Presidente Biden haga algo similar en los Es­tados Unidos.

Un nuevo estudio de la Brookings Institution titu­lado “La crisis de la deses­peranza en Estados Uni­dos” propone que la Casa Blanca cree una agencia coordinadora de las prin­cipales agencias guberna­mentales para combatir la creciente ola de depresión, adicciones y suicidios.

Carol Graham, quien es­cribió el estudio y es autora de varios libros sobre la fe­licidad y la desesperanza a nivel mundial, me dijo que un promedio de 70.000 estadounidenses mueren anualmente por “muertes por desesperanza”, y que la cifra puede haberse ca­si duplicado a 130.000 du­rante la pandemia de CO­VID-19.

Las muertes por sobre­dosis de drogas han au­mentado significativamen­te debido al aumento del aislamiento social y el des­empleo durante la pan­demia. Y esta crisis no se resolverá simplemente tra­tando de reducir el sumi­nistro de drogas, porque las personas desesperanzadas inevitablemente encontra­rán otras drogas, me dijo.

La mayoría de las muer­tes por desesperación en Estados Unidos ocurren entre hombres blancos de mediana edad sin títulos universitarios, dice el estu­dio de Graham. “La falta de esperanza es el problema central”, dice Graham.

Además, la ola de deses­peranza entre los estado­unidenses blancos con po­ca educación conduce al populismo, el odio a los in­migrantes, la aceptación de teorías conspirativas y el es­cepticismo sobre la ciencia, dice Graham.

En Gran Bretaña, el go­bierno realiza encuestas que son muy baratas y tar­dan solo dos minutos, en las que se le pregunta a la gente si está feliz y si tiene una buena razón para vi­vir. Eso permite a las auto­ridades identificar pobla­ciones en riesgo y redirigir los fondos públicos para actividades sociales o una mayor atención de la sa­lud mental.

Crear un Departamento de Soledad en Estados Uni­dos, como lo han hecho Ja­pón y Gran Bretaña, puede ser demasiado costoso, me dijo Graham. En cambio, ella propone crear una su­peroficina de la Casa Blan­ca sobre la soledad.

“Estoy proponiendo una superagencia, una agencia coordinadora, algo que no costaría miles de millones de dólares y que no crea­ría una burocracia”, me di­jo Graham. Una agencia coordinadora podría esta­blecer prioridades y ayudar a implementar programas de prevención de suicidios y sobredosis.

Estoy de acuerdo. Una vez que tengamos suficien­tes vacunas para controlar la pandemia de COVID-19, tendremos que abordar sus secuelas de desesperación, depresión y soledad que ha dejado en muchos sectores de la sociedad.

Ciertamente, la idea de crear un ministerio de sole­dad o una superagencia de la soledad suena algo exó­tica. Pero en la era del cre­ciente aislamiento social debido al trabajo remoto, el comercio electrónico y el aprendizaje a distancia, habrá que hacer algo para atacar la crisis de la deses­peranza.

Si logramos saber quienes están en riesgo de morir por desesperanza, podremos atacar el problema con pro­gramas de terapistas, acom­pañantes sociales, activida­des comunitarias y planes de desarrollo económico fo­calizados, como ya lo están empezando a hacer Japón y Gran Bretana.

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