SIN PAÑOS TIBIOS
Siempre ella
De un tiempo acá pienso recurrentemente en ella, sobre todo los viernes; los días en que esta ciudad asume con más furor su condición de insoportable; de urbe invivible, ruidosa y desordenada, que sin embargo evoca un tiempo ido –el de la nostalgia– que nos conmina a quedarnos; a aceptar con resignación su pandemónium; a ver cambiar el semáforo de verde a rojo hasta el infinito.
Así que pienso en ella, sobre todo los viernes; el día en que al salir de la emisora me hago la misma pregunta (¿qué cocinaré hoy?), y luego que salgo voy al supermercado a comprar escuetamente lo que mis manos convertirán en comida en poco tiempo; en el deleite memorable de trocar ingredientes básicos y bastos, que al rato y al calor del fuego serán suculentos y estéticamente apetecibles; porque la cocina es magia, y cuando no, alquimia. Porque allí es donde ocurre el milagro de la transmutación de lo simple a lo sofisticado; donde se replica ese gesto cotidiano y milenario que nos distingue como especie, al ser el único animal que cocina su alimento.
Los viernes sin ella serían iguales a todos los demás, pues si no estuviera en mi vida no sería imprescindible –nada ni nadie lo es– pero, sin ella serían diferentes (quisiera pensar que es así); porque aunque sea compartida, la intimidad es, en cierta forma, una aproximación al yo interior desde otro ángulo; una búsqueda inútil que expone en el proceso nuestras debilidades o falencias; porque aunque no estemos solos, siempre lo estaremos; porque hay momentos que, sin importar la compañía, el momento o el contexto, nuestra conciencia deambula solitaria por el desierto interior de nuestras dudas y ansiedades; porque el espíritu es libre y aunque lo intentemos atar a algo o alguien, se eleva sobre nosotros mismos, aunque ella (o cualquiera) se encuentre al frente.
Así que ni vale la pena resistirse al llamado ni tratar de hacerse el fuerte, porque bien podría dar rienda suelta al olvido y aún así, aunque me haya propuesto nunca más volver a verla ni tomar contacto con ella, muy en el fondo se que al final de la tarde de este (otro) melancólico viernes sin ella, terminaremos así, frente a frente. Y por eso he decidido claudicar a mi deseo, aunque sea confesando públicamente la necesidad imperante que tengo de verla, de ir al mismo Local 3 en que una vez sentí que entre nosotros había alto más que una atracción; ese impulso vital que me hace atravesar la ciudad con tal de llegar y llamarla por su nombre, y sentirla al calor de mis manos, palpar las delicadas curvas de su contorno, escuchar el grácil suspiro que hace cuando se siente abierta y exhala la señal que yo conozco, la que me dice que está lista para sentir mis labios; los que poso sobre ella mientras me deleito en ese primer trago de cerveza, y luego miro la botella, y sonrío.