EL CORRER DE LOS DÍAS
¿Agua pa’ mí o agua pa’ ti? (II)
Quizás cuando Sófocles no contaba con otra memoria como la de su discípulo Platón al que cometiendo un error dejó la suya ya existía en el hombre el sentido del vomito literario, por suerte un sucedáneo de la gramática.
Yo he luchado por conservar de algún modo la memoria, pero en vez de hacer de ella algo casi repetible, la he ido convirtiendo en mis textos literarios como elemento novedoso que nunca es igual. Decir que repito la memoria como un niño que recuerda siempre de igual manera el Libro Mantilla en el que aprendí las primeras letras y es la razón por la que muchas de mis creaciones son la repitencia de un viejo barrio que no se decide a desaparecer, y que por el contrario me sugiere permanentemente que transforme sus recuerdos y que recupere nuevos personajes, nuevas escenas, nuevos modos narrativos. Mi imaginación es un Leteo en ebullición, me atrevo a decirlo, y siento ser una llamarada interna que crece animado con el combustible vicario de los demás evitando transmigrar a la ceniza que podría ser luego un pensamiento para abonar la tierra.
Supongo que como los imaginadores que arrepentidos de haber entrado en el río cuando escapaban del mismo, si ello hubiese sido posible, habiendo perdido esa memoria de la que en principio huían y con su memoria fracturada a cuestas podrían angustiosamente tener una nueva vida de incoherente memoria a medias. Cuál es la parte de la memoria que se muere con nosotros y cuál la que vamos dejando en el camino. Son inquietantes preguntas sin respuesta.
Pero en una manera de pensar más cercana a Dostoievski que a Esquilo pienso que al río Leteo iban los que perturbados por el pasado, preferían dejarlo en manos de quienes no lo conocían, de modo tal que aunque las aguas del Leteo borraran los sucesos, sus coterráneos dueños de lo que se ha llamado la “memoria transitoria” pudieran solo imaginar, con el troza que no desapareció.
Bañarse en las aguas del Leteo eliminaba de las mentes el recuerdo, solo que la eliminación de ese pasado en la vida personal no se producía en la paralela memoria cotidiana de los que conocían al “memorante”. Mucha de la memoria borrada seguía existiendo en los demás, en los que de algún modo fueron partícipes de la misma.
Existía, pues, el peligro de que alguien viniese con tu pasado al hombro y tratase de recordártelo con alguna acción nada explicable para ti, como pudiera haber sido una venganza, un recuerdo hiriente o una historia sin marca en tu vida actual.
Supongo que los personajes de una novela adquieren el temor de no ser ellos cuando el escritor les designa una vida en la que solo vive lo que el escritor utiliza para conseguir su concreción literaria.
La angustia dejada con la memoria en las aguas, la angustia que acompaña a toda memoria, no era ya sino anécdota manejada por un conviviente de memoria completa, donde habitaban hechos que una vez recordaste completamente, y que tienen ahora huecos que no puedes rellenar. Cuando retornas del Leteo te asombras de lo que ti dicen los demás. Te asombras, si eres un personaje de novela ya creado, de lo que dice el autor sobre ti.