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La urgente necesidad de eliminar el matrimonio infantil

Cuando algo comienza a convertirse en rutina, el gran peligro es que también se asuma como normal porque deja de asombrarnos e inquietarnos.

Eso ocurre con sucesos que antes solían ser noticias de primera plana en los periódicos, y ahora, debido a la regularidad con que ocurren ni siquiera merecen una esquinita en la página menos leída de los diarios.

Una de esas aberraciones que ha dejado de sorprendernos es el matrimonio infantil o la unión temprana, regularmente de una niña o adolescente con un hombre que le duplica o triplica la edad.

En los barrios populares, donde se observa con mayor regularidad esta odiosa práctica, se tiene hasta la creencia de que un adulto reivindica el honor de una menor al casarse con ella, luego de una violación sexual o de pegarle una barriga a tan temprana edad.

La pasada semana, precisamente, escribí sobre la historia de una joven madre que a los 14 años se unió sentimentalmente con un hombre que le duplicaba la edad. Ahora con 30 años y ocho hijos, no puede más que alertar a otras jovencitas para que eviten caer en las garras de una unión temprana que terminaría frustrando su plan de vida.

La eliminación del matrimonio infantil es una deuda pendiente en la definición de políticas públicas que el Estado debe propiciar para garantizar a niñas, niños y adolescentes un desarrollo armónico e integral, así como el ejercicio pleno de sus derechos fundamentales, tal y como establece el artículo 56 de la Constitución de la República.

Lo ideal sería que el nuevo congreso agilice el conocimiento de la reforma a la Ley 659 sobre Actos del Estado Civil, la cual dispone que los menores de 21 años pueden casarse con el consentimiento de los padres, abuelos o del consejo de familia.

Pero como para el Congreso Nacional “hasta el cielo puede esperar”, el Tribunal Constitucional puede pronunciarse antes sobre un recurso sometido por la organización Misión Internacional de Justicia, en el que pide la eliminación de los artículos de esa ley que vulneran los derechos de niños, niñas y adolescentes a una vida plena y satisfactoria.

La semana pasada gran parte de la población se estremeció con el caso de la niña Liz María, de apenas 9 años, a quien un adulto sedujo con el obsequio de un celular para atraerla a su vivienda, donde la violó sexualmente y luego la asesinó.

Liz María pudo ser otra niña más que cayera en una unión o un embarazo a temprana edad, pero ni siquiera tuvo esa “oportunidad”.

Así como nos asombramos e indignamos ante este espeluznante crimen, hagamos lo mismo con las ataduras matrimoniales a destiempo que terminan desgarrando las vidas de tantas niñas y adolescentes.

Y mientras se resuelve la parte legal, hay que recordarles a los padres que tienen el deber de estar más atentos con los pasos de sus hijos.

El viernes pasado escribí esta reflexión en mi cuenta de Facebook, y no está de más reiterarla por aquí: Una mujer cuando tiene hijos no puede llevar el mismo ritmo de vida que cuando estaba soltera y sin esas responsabilidades, ya que se producen esos descuidos que provocan casos tan lamentables como el de la niña Liz María.

Y no es que la mujer sea una esclava consagrada exclusivamente al cuidado del hogar y sus hijos, en lo que el hombre debe aportar tanto como ella, pero indiscutiblemente que no puede seguir el mismo estilo de vida porque hay roles que no se pueden delegar en la abuela o cualquier otro familiar.

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