EL CORRER DE LOS DÍAS
Yelidá: Nacer en lengua de disueltos huracanes
Desde donde aún los seres considerados “primitivos” no tienen voz propia, es la “madre naturaleza” la encargada de propalar las noticias.
La mulatidad había nacido y por eso Tomas dio cuenta de ello como si hubiera sido cierto también una vez el marino fructífero que asomara en sus versos dando paso a la estirpe de “marinero en tierra” proclamada por Rafael Alberti.
Cuando Tomasito, según sus amigos alcanzó alma lorquiana, cuando abandonó su poesía de orden tradicional y cambió genial su prosa cargada de surrealismo y versos viejos para leer frente el quinqué, y había encontrado la voz que buscaba, la verdadera, cargada de aventuras sonoras, de roces con la eternidad, de matrimonio entre signo e idioma, la del nuevo peregrinaje que ya saboreaba, antes de su poema cumbre haciéndose propietario a veces de oculto surrealismo propiciatorio de su secreta fonética con el que alcanzaría como Luis Pales Matos, con su Falé Mili, también mulata una poética nueva y nos daría con otro aventura mestiza, en su poema Yelidá la visión del Huracán viajero, transportador de noticias hibridas entre las que se anunciaba certeramente que la mayoría de los ciclones se disuelven, y depositan también sus historias afroantillanas en las zonas árticas donde van a tener luego de remontar, lo sabemos, el “arco vertebral” de La Florida, inclinado a su favor para que las voces sazones del Caribe puedan, llegadas desde África Occidental, apoyadas sobre el Cabo Hateras, alcanzar la sofocada inspiración que hace de las tormentas seres con voz propia como lo hicieron para anunciar el origen de Yelidá, nativa en una historia de la que Tomás Hernández Franco rescata la de un épico estallido racial novelesco en sueños de abolengos tribales a la vez organizados en blanco y negro.
Por ello el poeta dice de los huracanas que se disuelven como palabras en distancias nórdicas, y se supone que al hablar se deslíen luego de preservarse congelados, transportando en voz de la natura, avisos de recorridos y trayectos teñidos por colores de otras pieles de paso, nueva extensión impuesta en los mapas del hemisferio norte descritos por viejos nautas en tono de tormenta, de bucaneros, piratas y remolinos de velámenes de navíos espadachines que en la poesía de conquistadores fueron, como la esclavitud, pólvora china para hacer tronar viejas metáforas, poemas en cierne teñidos con la sangre inocente de representada por la detonación moral cristiana de la Europa todavía medieval y alquimista, sustentada antes por el experimento cruzado.
Desde luego, huracanes y huracanas, ciclones y ciclonas, tormentas y tormentos, tifones y tifonas, todas y todos “cultivados y cultivadas” para justificar el ruido de las trompetas de Jericó, salieron en defensa de la historia y a su acomodo la declararon libre empresa, única parte libre para dar paso a razas nuevas, nacidas de la fusión iniciada por reyes y virreyes condenados por Dios a ser infalibles, dúctiles seguidores a ocultas del Pentateuco ansioso de Moisés, aun, en pleonástico todavía.