EL CORRER DE LOS DÍAS
Lo mejor del olvido
Algunas de las cosas que me rodean no sé si considerarlas familiares y acompañantes. Porque acompañar es más que rodear o ceñir cuando atadas a un simple recuerdo semejan objetos llenos de vida propia. El simple hecho de estar a nuestro mi lado les da categoría de categoría de acompañantes, las dota de una realidad que me completa. Me pregunto ¿por qué si están a mi lado debo sentirlas mías, debo otorgarles participación?, puesto que de alguna manera forman parte de mí, establecen conmigo una relación que no tienen aquellas más distantes, menos fraternas, cuyo recorrido no es considerado íntimo, parte de mis sentimientos.
Cuando digo que me rodean no sólo siento o vislumbro su presencia, puedo pensarlas, definirlas aun sin verlas, recapitulo su distancia en las estanterías, y reconstruyo su espacio, y con el mismo el momento en que llegaron a mí, y la zona de donde proceden, el tiempo que cada una tiene acompañándome, y la razón de su presencia , y cuando las percibo como conjunto busco su sentido de objeto que, cargado de historia personal, rememora el de artefactos similares desaparecidos que adquirieron su razón de ser en las necesidades humanas puesto que son las que los han generado.
Cada cosa, pensada al desgaire, cada nombre, designación arbitraria, tiene su óvulo en medio del pensamiento creador, y ha encarnado en instrumentos, o en poesía, como son el martillo sonoro y musical del obrero, pero también como la metáfora del recitador.
El instrumento es “manejable”, porque depende de la mano, el poema es “metaforable” porque depende de la metáfora. Pero la cosa poética es más difícil que un instrumento de acero, por ser pensable.
Entonces esas cosas, entes de sexo indeciso, las voy considerando compañeras (os), que constituyen una fiel ayuda, entran en mi leyenda, son a veces útiles de trabajo como plumas fuentes, pinceles, oleos y carboncillos, instrumental del recuerdo, tinta que desenreda a su modo la memoria, son los primeros enseres que contribuyeron y prohijaron nuestra inicial carrera de artista afanoso, dibujando o coloreando dignas palabras de amor, facturas para el patrón, textos requeridos por los profesores de gramática, o en la clase de literatura una atrevida carta para la atractiva profesora, o son la firma tenebrosa de unos documentos a los que la dictadura obligaba con un pendolismo sobrecargado de elogios.
Descubrimos que, con sólo usarlos, o pensarlos o hacerlos funcionar, los objetos ya no son cosas, adquieren personalidad, inauguran cada vez un distintivo que permanece en ellos cada vez que reposamos la mirada en sus posibilidades. Entonces descubrimos que entre los objetos que nos rodean hay amigos permanentes, instantáneos, pasajeros y de ocasión, como algunos de carne y hueso, personalidad cosificada en unos casos, o con rostro amigable y familiar en otros,
A partir de estas experiencias las cosas que me rodean, ceniceros antiguos, cajas de la picadura Albert, pipas de madera de briar de la marca Savinelli grado A, una cinta roja cuya biografía retengo, música de Mozart o Gardel y Le Pera.
La caja de galletas TanTan, mi primer sobre de sal de Uvas Picot y hasta la foto de quien fuera mi amor imposible y luego mi esposa) se funden en un vaporoso pedazo de rescates que considero, título de novela por capítulos a la mejicana, “Lo mejor del olvido”.