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MIRANDO POR EL RETROVISOR

El trabajo arduo sobre el talento

Comentaba con mis compañeros de labores en Listín Diario, Juan Eduardo Thomas y Alex Rodríguez, sobre la combinación entre éxito y trabajo arduo constante.

El tema vino a colación cuando conversábamos sobre el documental “The last dance” (El último baile), enfocado en el sexto título de campeones de la National Basketball Association (NBA, por su liga en inglés) logrado por el equipo Chicago Bulls, bajo el liderazgo del mítico jugador de baloncesto Michael Jordan.

Quien haya seguido los partidos de la liga de baloncesto más exigente del mundo, tiene que reconocer el talento de este jugador que terminó convirtiéndose en una leyenda de ese deporte. Ahora bien –y a esa conclusión llegamos Juan Eduardo, Alex y quien escribe este artículo- gran parte del éxito de Jordan se debió al trabajo intenso que desarrolló para mejorar cada faceta de su juego y a la actitud de asumir cada momento de su trayectoria como un reto, por insignificante que fuera.

De ahí que hasta en las prácticas de su equipo, el nivel de competitividad siempre estaba al más alto nivel, al igual que las exigencias a sus compañeros para que cada día fuera un ejercicio de superación.

La dejadez nunca fue en él una opción, y ese ha sido el secreto del éxito de grandes figuras de la política, el deporte, la literatura, el arte y la música.

En la misma NBA hay otros ejemplos. Larry Bird, la leyenda de los Boston Celtics, era el primero en llegar a la cancha antes de cada juego pese a ser la estrella del equipo, y quienes trataron al recién fenecido Kobe Bryant, quien jugó con los Ángeles Lakers, hablan de ese trabajo enérgico que lo llevó también a la cúspide de ese deporte.

En mi rol de educador veo cada cuatrimestre ejemplos de ese tipo. Estudiantes con un enorme talento y potencial, con todas las herramientas para convertirse en grandes figuras de la Comunicación Social, pero sin la actitud de sumar a esas condiciones el trabajo constante que podría marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso.

Una excusa para justificar el incumplimiento, la queja por el exceso de trabajo y asumir el camino más fácil o tomar el atajo para llegar a la meta.

Sin embargo, también encuentro otros, quizás con menos talento, pero con el hambre de crecer, de superar las limitaciones y de asumir su formación profesional con tenacidad, responsabilidad, disciplina y perseverancia. Y lo más importante, dispuestos a transitar el camino más difícil, sin esquivar obstáculos, para alcanzar la cima.

Uno de mis pasajes preferidos de la Biblia está en Filipenses 3, versículos del 12 al 14, donde el apóstol Pablo manifiesta su actitud ante los escollos durante la persecución del objetivo que se fijó de llevar el evangelio a los gentiles y los resultados que esperaba al respecto: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.

No sé cómo será su último baile, pero asuma siempre la posición de nunca haber llegado a su punto más alto, con la mira siempre puesta en lo que está delante, asumiendo la actitud de que hay siempre trabajo arduo y constante por delante en el camino hacia la perfección.

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