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EN SALUD, ARTE Y SOCIEDAD

Hacia el gobierno colectivo del bien común de la salud

Desde el 1960 se estudia y entiende el rol de la ges­tión pública en la administración de los bienes comunes. En nues­tro país, las normas éticas que validan y rigen la mate­ria han resultado seriamen­te lesionadas.

En su “El gobierno de los bienes comunes” (1990), la doctora Elinor Ostrom, premio Nobel de Economía 2009, articuló la red ética mediante la cual las ciencias políticas garantizan la rectoría gu­bernamental de las ope­raciones privadas sobre los bienes comunitarios.

Aportes consagrados en constituciones y le­yes, confirieron al gobier­no vías idóneas de ejer­cer poderes y funciones exclusivos en este ámbi­to. Pese a su enunciación constitucional inequívo­ca, tal andamiaje ha si­do progresivamente des­estructurado a través de una andanada de “refor­mas”.

A través de los gobier­nos, las comunidades protegen sus prerrogati­vas y derechos y constitu­cionalizados. Y sólo con ellas los estados adquie­ren esencia, territorios, funciones y legitimidad. Así, los actos del gobier­no deben ir, obligatoria­mente, el bien común.

Ante tal realidad, los sectores de poder, des­encadenaron su plaga de “reformas” para defor­mar esas prerrogativas, intermediándolas y anu­lándolas mediante “le­yes” y “Reglamentos de aplicación de la Ley”. El resultado, la Ley es la vo­luntad del funcionariado.

El método de su aplica­ción: comprar los funcio­narios del reinado tem­poral conferido por la democracia (una de sus corrupciones).

En su obra, la docto­ra Elinor Ostrom indicó la obligatoriedad de la re­gulación estatal mediante leyes y normas orientadas a garantizar el beneficio comunitario o colectivo y privado de toda explota­ción de bienes comunes. Sin embargo, el poder arti­culó sus fuerzas para usur­par, primero, el derecho de todos. A través de legisla­dores, formuladores de le­yes: diputados y senado­res.

Así, vitales e importan­tes recursos nacionales y de vocación pública fue­ron progresivamente pri­vatizados y derechos ciu­dadanos intermediados, para favorecer empresa­rios, gobernantes y políti­cos. A tal saco cayeron las explotaciones del agua, las playas, las minas, los ríos… Y los servicios de sa­lud y de la seguridad so­cial. En torno a estos se creó un entorno empresa­rial híper próspero y ga­rantizado. ¿El resultado después de la Ley 8701? Las Administradores de Riesgos de Salud (ARS) y de Fondos de Pensiones (AFP) ganan miles de mi­llones de pesos anualmen­te sin garantizar a sus afi­liados y cotizantes calidad en los servicios de salud y los ingresos. Para conce­derlos, incluso, colocan a la ciudanía en dependen­cia servil y vasalla ante sus dictámenes y operativos. Una negación práctica de derechos.

Mecanismos cuasi ma­fiosos acreditan las ganan­cias de las ARS y las AFP. Participan en esta red: la­boratorios, médicos, far­macias y clínicas. Una de las prácticas más aberran­tes consiste en poner en cautiverio a los pacientes agravados hasta drenarles el seguro médico por com­pleto y generarles deudas con las que se adueñan del patrimonio familiar.

Un Estado y gestión pú­blicos que toleran y con­viven con tales prácticas abusivas son simplemente vergonzantes; des articu­ladores sociales, corrupto­res del acuerdo que justifi­ca la existencia del Estado como comunidad social y de derechos.

Un Estado y funciona­riado que no protegen a sus ciudadanos no tie­nen razón de ser. Tam­poco honra u honor tie­nen los ciudadanos que les otorgan el consenti­miento.

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