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POLÍTICA Y CULTURA

¡Insisto, señor Presidente!

Le expresaba en una entrega anterior de es­ta columna de opinión, la ne­cesidad de que usted con­voque el liderazgo nacio­nal para aunar voluntades, fortalecer las instancias cí­vicas que gravitan en el quehacer ciudadano, mo­vilizar las fuerzas socia­les productivas, coordi­nar acciones conjuntas, que independientemente de diferencias concep­tuales y modelos opciona­les de crecimiento y desa­rrollo, le permitan a usted forjar una voluntad colec­tiva, por encima de inte­reses partidarios, incluso sobre el proselitismo elec­toral coyuntural, desatan­do energías patrióticas, ca­paces de forjar un espíritu de lucha, que restablezca la esperanza en nuestra ca­pacidad de superación de la pandemia, y unifique todos los niveles de man­do operativo del país. La idea no es mía. La propuso el Lic. Luis Abinader y ha contado con el beneplácito de todas las instancias po­líticas de la nación. Creo que es erróneo pensar que el Estado como maquina­ria está en condiciones de enfrentarse a esta desgra­cia que nos afecta. El Es­tado dominicano nació ta­rado, digamos anómalo, por lo que Juan Bosch ha llamado con precisión, su reproducción de clases y sectores de clases débiles, la ausencia de una clase rectora, de una burguesía ilustrada capaz de generar el incremento de las fuer­zas productivas y cultura­les, la creación de normas y fundamentos de desa­rrollo integral. Juan Isi­dro Jimenes Grullón, en su obra “República Domi­nicana, una ficción”, di­ce que la Corona colonial reprodujo instituciones trasplantadas desde Euro­pa sin haber sido paridas por la existencia de fuer­zas productivas creadoras de riquezas. Nuestra inser­ción al mercado mundial y el fenómeno de la glo­balización, nos ha dispa­rado al establecimiento e integración de mercados regionales y tratados de libre comercio, en una so­ciedad con un crecimien­to económico basado en zona franca, turismo e in­centivos del capital finan­ciero y usurero. Pero este despegue ha sido frustran­te, en cuanto permite el en­deudamiento del Estado en grados superlativos, hasta el punto, de que varias ge­neraciones de dominicanos tienen hipotecado su fu­turo. El Estado ha logrado avances elogiables en ma­teria de leyes constituciona­les y en creación de nuevas estructuras organizativas. Pero todo esto en medio de un divorcio cuasi absoluto entre el discurso y la plas­mación efectiva de contro­les, lo cual ha tolerado la co­rrupción generalizada.

Ahora el “Cisne Negro”, un fenómeno del azar, im­previsto, sacude y estreme­ce nuestros proyectos polí­ticos y de supervivencia. La ignorancia es tan grande, que alguna gente piensa que el Estado puede por sí mismo abordar esta trage­dia con medidas puntuales, con métodos tradiciona­les y con aprovechamiento político de la indigencia. A Trujillo, el desastre atmos­férico del Ciclón de 1930, le dio la catapulta para ejer­cer el poder indefinidamen­te. La situación de entonces no es la misma de hoy ni el país se parece al de enton­ces. El Estado es una ma­quinaria oxidada que tiene una contradicción insalva­ble entre el ordenamien­to jurídico institucional y la deficiencia ontológica de sus administradores. Yo que lo conozco, se bien, que us­ted lucha en su interior con­tra esos designios históri­cos. Acepte la propuesta de Luis Abinader, reúna el lide­razgo nacional, y enfrénten­nos a la pandemia y a las distorsiones populistas del entorno.

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