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COLABORACIÓN

¿Y ahora quién leerá esta carta?

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Daniel Beltré LópezSanto Domingo

Tocar a la puerta del destinatario, pronunciar varias veces su nombre hasta perder la voz, arrimarse en la esperanza de una ventana entreabierta, encontrarnos tan sólo con los ladridos que llegan desde la heredad vecina, siempre fue una escena desoladora, deprimente, triste.

Yo conocí el drama de regresar en procura de Iría sin encontrarla; el drama de no poder entregarle mi última carta, de escribirle en las paredes de la memoria, esperanzado en que alguna vez pasara y encontrara explicación a mi ausencia luego de comprometerme con un abecedario prepagado.

Mamá envió docenas de telegramas tras la guerra. Buscaba un pequeño trabajo. El gobernante de turno respondió tres de aquellos; fue motivo de alegría hasta que descubrimos que las respuestas eran exactamente las mismas. Luego nos dominó la desventura, el silencio.

Una carta ignorada es una herida en el vientre de la esperanza; una herida causada por lo absurdo; una herida que el remitente no espera. Una herida sin vocación para restañar y detener el espanto.

De niño hice de escribidor culpable. Escribí por encargo cartas para dioses babosos venidos pretendientes de amores iletrados. Eran días prodigiosos. Las respuestas no se hacían esperar. Tampoco las penitencias que a mi alma clerical le llegaban desde el confesionario.

Ahora, como antes, me detengo a escribir. Esta vez a mis compañeros del Partido de la Liberación Dominicana; pero no les hablaré de lo que lleva mi alforja, no les contaré de la trascendencia perdida, no les contaré de los sueños hechos harapos, no les hablaré de estrellas moribundas ni de las caracolas que aún guardan los ecos del rito en el que juramos servir: la promesa vulnerada de Juan, el compañero cuya última mueca de muerte quedó atrapada por siempre entre mis manos. Solo les diré que me voy antes de que caiga la noche; que se hace tarde. Les diré ahora como antes, que es mucho más redituable amar al hombre que a las cosas.

Me habría encantado dejar esta carta en manos de sus destinatarios. Me habría gustado saberla leída. Respondida si acaso. Pero hace tiempo que la organicidad quebrada no responde; que las cartas se amontonan aun cerradas compitiendo por un miserable espacio en el cesto.

Es una pena; pero esta carta se queda aquí, en la pizarra del honor, como mensaje de amor en botella marina. Quién sabe si la posteridad llegue a contar que alguien hubo de detenerse siquiera para acusar recibo.

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