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OTEANDO

Educación y política

Soy católico, me satisface decir que admiro al papa Francisco, al cardenal, monseñor Nicolás de Jesús López Rodríguez -quien me privilegia con su amistad- y a monseñor Benito Ángeles, mi consejero.

No cambio el gozo que comporta mi alma al participar del sacramento eucarístico por nada del mundo, ceremonia que eterniza la recordación de la muerte y resurrección de Cristo y que tiene el mágico efecto de renovar nuestro sentido de la redención como promisión cristiana.

Como católico y hombre con preocupación intelectual permanente no ignoro la diversidad de roles que juega la iglesia en relación con el desempeño de la sociedad, en relación con el Estado, pero sobre todo, en relación con el esfuerzo que demanda su propia necesidad de fomento y prolongación -en el tiempo- de los principios que le dieron origen y aún la sostienen.

Por eso no veo nocivos, en lo absoluto, los esfuerzos de la iglesia para poner esos principios a recaudo de cualquier iniciativa política que crea pueda contravenirlos.

Hago ese introito porque, a causa de mi artículo del sábado pasado recibí algunas manifestaciones de inconformidad de lectores que no tienen -no están obligado a ello- la misma opinión mía sobre la ordenanza departamental del Ministerio de Educación que instruye preparar un marco teórico, consensuado, para implementar una política de género en nuestras escuelas.

Claro que también he recibido muchas felicitaciones por mi “sobriedad de enfoque”, etc.

Pero no quisiera que nadie confunda mi artículo con una decidida adhesión a un sistema de ideología de género, ni a un sistema que promueva protección exclusiva al género femenino, más bien propugno por una política de familia, inclusiva de ambos géneros.

Lo que hice entonces fue defender el contenido de la ordenanza en su sentido literal y defender que no dice lo que algunos quieren atribuirle que dice; y lo haría de nuevo en un debate público con quien desee. Y es que, por mucho que quieran sectores interesados politizar el tema de la educación, tergiversando lo dicho por el ministro Peña Mirabal en sus intervenciones públicas -ahora quieren hacer lo mismo con lo de la lectura bíblica-, no lograrán empobrecer las buenas relaciones del gobierno con nuestra iglesia ni ninguna de las formaciones cristianas del país.

Lo intentaron antes y monseñor Ozoria y monseñor Benito Ángeles los evidenciaron en su plan.

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