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EL DEDO EN EL GATILLO

Los amigos de Cuba

Nunca podré olvidar al poeta Abelardo Vicioso. Fue de esas personas que de solo mirarle a los ojos se podía descubrir lo que quieren decir. Desde 1989 hasta su muerte ocurrida en 2004 compartimos desencuentros, infidencias y confesiones no publicables.

Era el Asesor Literario de Juan Bosch, y también el presidente del Comité de Amigos de Cuba. Tanto aquí como en La Habana nos frecuentábamos. Siempre en sus viajes a mi patria se las arreglaba para contactarme y aquí yo no dejaba de verlo. En 1992 le confesé las atrocidades que en mi contra había cometido la cúpula cultural cubana, y si encontraba un trabajo estable me quedaría en su patria y traería a mi familia.

Por razón de su cargo y sus relaciones con el personal del gobierno cubano destacado en Santo Domingo cuando aún no existían relaciones diplomáticas entre ambos pueblos, tuvo que escribir informes sobre mí. Como también los escribieron otras personas que se me acercaban con aparente ingenuidad para conocer mis estados de opinión.

Pero a diferencia de esas personas, don Papo Vicioso un día me puso al corriente de lo que debía hacer conmigo por razón de su cargo.

-Dele machete, don Papo. Usted no va a escribir en contra mía, sino sobre mí -le dije.

A partir de ese momento me convertí en otra presa que, para algunos, podría resultar peligrosa. Si pude salir adelante, se lo debo a los informes benevolentes del poeta Vicioso.

Cuando vivía en La Vega, otro miembro del referido Comité me preguntó acerca de la posibilidad de desertar hacia los Estados Unidos y conspirar contra la Revolución. Y en aquella ocasión le respondí que la política no era de mi incumbencia debido a mi condición de escritor y periodista.

-Dejé en Cuba, junto a mi familia, a grandes amigos. En Miami, por igual, tengo mucha gente que me quiere y me respeta. No tengo por qué cerrarme puertas.

Sin embargo, el ánimo provinciano siempre se nota. Y aunque fui y soy un colaborador intachable de la emisora jesuita Radio Santa María, para algunos veganos seguiré siendo alguien que desertó de las filas de la Revolución. Mi presencia en Santo Domingo desde hace 29 años lo dice todo: emigré al país más cercano posible a la Mayor de las Antillas.

Muchos años después me acerqué al embajador de Cuba en aquel entonces en Santo Domingo, Omar Córdoba. Él me ayudó a traer al país a mi madre postrada en una silla de ruedas para que muriera a mi lado. Como profesional de la prensa asistí a varios encuentros culturales auspiciados por la sede diplomática, a los que llevaba, de manera invariable, a mis compatriotas Li Misol y Ernesto Forteza que para aquella época trabajaban conmigo en el Decano de la Prensa Dominicana.

Antes de terminar su misión en el país, publiqué una amplia entrevista a Omar Córdoba, a la que titulé: “Soy un soldado de la Revolución Cubana”. Aquel diplomático, henchido de emoción con el periódico en mano, me distinguió con una frase inolvidable: “Es la mejor entrevista que has hecho en tu vida”. Antes de marcharse del país, vino al LISTÍN DIARIO a darme un apretón de manos como despedida. Quedé emocionado. Me demostró que los hombres dignos tienen don de gente y saben ser agradecidos. No importa la acera de la calle por la cual transiten.