EN PLURAL
Obro, luego existo
Hay lágrimas negras, como cantábamos en un bolero de mi época. Son las que emanan de la pena, de la amargura, del temor.
Hay otras lágrimas irisadas como estrellas, que surgen de emociones muy dolorosas: gozo profundo, gratitud inmensa. Salen directamente del alma, como agua bendita.
Fueron esas las que lloré, abundantemente, en el reconocimiento que Intec me hizo el viernes 7 de este mes, al dedicarme la vigésima cuarta celebración de “Un día con el autor y su obra”.
En un acto hermoso, original, en el que el protagonismo estuvo a cargo de estudiantes de los colegios Santa Teresita, Babeque Secundaria y Lux Mundi, el rector de Intec explicó la intención de este reconocimiento, que antes que yo habían recibido dominicanos que honran sus respectivas áreas de saberes. Generalmente, me asignó calidades que motivaron la decisión del jurado que me eligió este año para recibirlo.
Junto a Mario, rodeada de hijos, nietos, amigos, alumnos y compañeros de partido, disfruté, entre lágrimas y risas, de las estupendas actuaciones de los estudiantes, que escenificaron interpretaciones sobre mi forma de ser, mis ideas, mis utopías.
Fueron esos muchachos y muchachas quienes orientadas por el director del programa, doctor Carlos Cabrera, quienes hicieron investigaciones, a veces tan minuciosos, que me sorprendían, como por ejemplo, al oír un poema de mi papá, “Eres fuerte”, que yo no conocía.
Tres amigos entrañables, Tirso Mejía-Ricart, Hugo Tolentino Dipp y Danilo Camilo, participaron en un panel en el que entrelazaron recuerdos de episodios de nuestras respectivas historias que vivimos juntos.
Hugo leyó el poema que me dedicó recientemente, “A tus años”, que arreció mi lloro, que compartían conmigo varios de los asistentes, Faride Raful, una de ellas. Ronca más de lo ya habitual, pensé limitarme a dar unas “gracias” formales y escritas.
Pero la sorpresa de la mañana, oír a mi nieto más joven, Ernesto Miguel, hablar de mí, su primera incursión como orador en sus recién cumplidos 16 años, me dedicó. Se había hablado mucho de mí, por lo que quise hablar de “Un día con el autor y su obra”.
Dije, ahora lo proclamo En Plural, que este reconocimiento se enmarca en una visión filosófica, que dota a los sustantivos “autor y obra” del sentido holístico, antropológico, que sobrepasa y supera los compartimientos en los que se encajonan tradicionalmente los premios: ciencia, artes, deportes.
Para merecer este reconocimiento no es necesario escribir una obra literaria digna de un Nobel, o componer una sinfonía de esas que ama Mario Emilio, o pintar un cuadro que pueda exhibirse en los Museos del Louvre o del Prado.
Lo que reconoce este Día es una obra, es lo que un ser humano hace en su vida, de su vida, y con su vida.
Eso, pienso, es creer de nuevo, en medio del neoliberalismo y del posmodernismo que proclaman la carencia de certezas, la anomia ética, al dominicano, su derecho y su deber a hacer y ser. Le devuelve al ser humano, en este caso, y a hacer.
Constructores de nuestra propia historia, podemos contribuir a hacer la historia nuestra que no está muerta, como afirmaron Fukuyama y Hayek.
Autores, recordamos que la tecnología la creamos los seres humanos, para que esté a nuestro servicio, no nosotros al de ella.
Autores, para contribuir, modestamente como yo, a que la juventud pueda aprender de nosotros que sí se puede y querer que se pueda, como una de mis canciones favoritas que entonó el coro del Colegio Santa Teresita donde estudié en mi infancia.
Criaturas creadas por el Creador, somos también creadoras ¡Qué orgullo despierta en mí, en todos los que asistimos a este acto bello, esta confirmación de que no somos robots, somos seres humanos libres, con creencias, con decisión, capaces de hacer, de obrar!
Mi gratitud supera todas las palabras. A Intec, a Dios y a la vida, que me regala esta alegría, que fortalecen mis utopías, mi esperanza. Después del reconocimiento de Intec, parafraseo al filósofo:
“Obro, luego existo”.