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EL DEDO EN EL GATILLO

Busca a tus enemigos en la lista de quienes más has favorecido

Fui muy amigo de la madre de Adriano Mota, a quien cariñosamente le decíamos “la negra” debido a los implacables rayos del sol que habían curtido su piel.

Siempre hablábamos de Cuba, de mi familia, de mis perspectivas en la República Dominicana y de la generosidad de su hijo con personas que no lo merecían.

Sin embargo, un día ella me viró las espaldas y comenzó a llamarme “el pirata”. Lo hizo porque su intuición pudo más que mi constante defensa a las actuaciones de la segunda esposa de su hijo.

Ella, como todas las madres que aman demasiado a sus primogénitos, intentaba ser la reina de un hogar que ya tenía una reina llamada Tanya.

Y comenzó entre ambas una lucha frontal que termino el día en que se paralizó su corazón. Y hasta esa fecha, continuaba llamándome “el pirata”.

De nada me valió explicarle que vi a los dos primeros hijos de aquel matrimonio envueltos dentro del vientre materno, como tampoco tuvo importancia informarle de mi amistad con la primera esposa de Adriano y sus tres hijos con ella.

-No soy un pirata, sino un buen amigo de dos valiosas mujeres que procrearon sus crías.

Pero de nada sirvió. El día de su muerte llegué a su casa y me encontré a Tanya envuelta en lágrimas y con su corazón agitado. Algunas de sus amigas cuidaban a los niños, y ella no dejaba de lamentar la muerte de aquella mujer que tan malos ratos le hizo pasar.

Los dos primeros hijos de Mota con Tanya crecieron. Y un tiempo después se incorporaron dos hermosas niñas más al tren familiar. Incluso, cuando mi esposa llegó al país fue quien sacó en sus brazos a la recién nacida Licha de la Maternidad de La Altagracia por no existir en esos momentos condiciones de salud post natal.

Ya Portolatino no existía, y para colmo de males, un empresario de Nueva York, con insaciable mala fe, le hizo perder los últimos negocios que tenía por allá. Solo le quedaban sus hermanos, su exesposa y los tres varones procreados con ella. Y por supuesto, su familia dominicana y su amigo cubano que ahora esto escribe.

Alguien que fue un rey se vio de pronto en la ruina y los que decían ser sus amigos le dieron la espalda, como ocurre en aquellas películas que se parecen tanto a la vida de los mortales en desgracia.

Pero yo seguía visitando al matrimonio todos los días, lo mismo almorzaba un huevo hervido que dos mangos verdes que me encargaba de tumbar del frondoso árbol que crecía en el patio de la que entonces fue su casa. Para mí era importante estar lo más cerca posible de aquella familia que estaba sufriendo el mal de la realidad: “Busca a tus enemigos en la lista de las personas que más has favorecido”.

Poco a poco, Adriano y Tanya fueron saliendo del ostracismo, sobre todo porque ambos eran un par de emprendedores que no les hacía falta mendigar un puesto público, ni comprar artículos rebajados de precio en la avenida Duarte.

Adriano vendió su casa y con ese dinero adquirió otra más modesta junto a un inmueble que convirtió en un pequeño hotel para extranjeros.

Sin embargo, entre las múltiples acciones que hizo a mi favor, hay dos que nunca olvidaré. La primera no tuvo nada que ver conmigo, pero fue una lección moral: Adriano fue el único maestro que conocieron sus hijos, tanto en primaria como en bachillerato. Esos niños no pisaron jamás una escuela, pero no por ello trastornaron sus personalidades. Por el contrario, hoy son hombres y mujeres de bien que trabajan y terminan sus respectivas carreras universitarias.

La otra acción si tuvo que ver conmigo. Cuando visitó el país la hija de mi primer matrimonio, Adriano la albergó en su casa a tiempo completo, evitando así un conflicto entre ella y mi esposa. La aconsejaba tanto como yo y creo que su palabra fue la que la convenció de que no podía quedarse a vivir en el país hasta que no tuviera la ciudadanía española.

Hace un año que no visito a Adriano Mota y a su hermosa familia, a pesar de que viven a pocas esquinas de mi casa actual. Él, sin embargo, ha asistido a todas mis conferencias y presentaciones de mis libros.

Más que un caos interior, ha sido un gran descuido de mi parte. Sin embargo, ellos saben que en el momento en que más requerían mi amistad, siempre la tuvieron. Nada material pude ofrecerles, pero mucho más que eso, ellos descubrieron que mi sonrisa y el cariño hacia la familia procreada era el mayor tesoro que pudieron recibir en esos momentos de soledad, cuando todo el mundo les había virado las espaldas.

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