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CONTANDO LOS HECHOS

Contando los hechos Serenata de Rafael Colón, con toque de queda en Santiago

El desarrollo de la Revolución a partir del 24 de abril de 1965 no solo perturbó la vida cotidiana de la ciudad de Santo Domingo donde se desarrolló centralmente la contienda bélica. Recuerdo que cuando salíamos de la ciudad hacia el interior los chequeos de seguridad militar, cada cierta distancia, resultaban bastante rigurosos, incluyendo el tener que quitarse la camisa o la camisilla para que los militares pudieran detectar si la persona había disparado con un fusil, en cuyo caso lo normal es que se pudiera detectar una marca rojiza encima del hombro.

De todas maneras, y teniendo en cuenta las necesarias precauciones, la gente de la ciudad capital se trasladaba a los diferentes lugares del interior y consecuentemente los del interior venían a la ciudad. En mi caso particular, como mi emisora de entonces Radio Universal había sido despojada por la policía del cristal de frecuencia que fija su posición en el dial, y posteriormente las fuerzas norteamericanas interventoras se posesionaron de nuestra cabina de transmisión localizada en el Hotel Jaragua, yo tenía muy poco que hacer en la ciudad por lo que junto a mi hermano Modesto acostumbrábamos a ir a Santiago a pasarnos el fin de semana. Dentro de esta circunstancia, desarrollé un interés romántico en el área de Bella Vista, y decidí pedirle al cantante dominicano Rafael Colón, con quien había desarrollado una cercana amistad trabajando juntos en el Hotel Jaragua, que me acompañara a Santiago para darle una serenata a la joven objeto de mis pretensiones.

Al llegar a Santiago, recibimos la sorpresa de que las autoridades acababan de decretar un toque de queda a partir de las seis de la tarde. De buenas a primeras parecía que teníamos el juego trancado ante la dificultad señalada. Buscando alguna manera de solucionar la situación recordé que al cruzar el viejo puente hacia Bella Vista y doblando a la derecha, a cien o doscientos metros se encontraba el puesto policial de la zona. Tuve el propósito de hablar con el comandante del destacamento para ver si había alguna manera en que yo pudiera llevar a cabo mi propósito. Efectivamente, al penetrar al cuartel y preguntar por el comandante, cuando éste salió de su despacho levantó los brazos y me dijo: “¡Ellis Pérez, viejo amigo! ¿...y que tú haces por aquí?”, a la vez que me daba un fuerte abrazo. “Mira, tú conoces a Rafael Colón y a mi hermano Modesto”. Ya el Capitán, había hecho servicios previos en el hotel Jaragua, me dijo: “Entonces, tú estás enamorado y quieres dar una serenata. Lo que te puedo decir es que desde la cabeza del puente para acá en Bella Vista yo soy el que manda, y si mando yo, manda usted, así que no hay ningún problema”.

Solo tuvimos que esperar que se apagaran todas las luces del barrio ya como a las once de la noche para arrancar con la serenata. Rafael Colón hizo galas de rasgar su guitarra con su mejor pericia y con su melodiosa voz despertar entonces a la mayoría de los durmientes de ese sector de Bella Vista. Desde dentro de la casa pudimos ver el encendido de las luces y escuchar una voz que nos dio las gracias. Como éramos amigos de la familia, ya en la mañana del domingo fuimos de visita y celebramos lo que a todas luces parecía una ocurrencia inverosímil, es decir, llevar a Santiago una serenata con Rafael Colón, una serenata en medio de un toque de queda. Para no olvidarlo...

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