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“Los cielos rojos del amanecer...”

A Federico Jóvine Bermúdez Cuando el poeta René del Risco escribió, “Una primavera para el mundo”, y leyó su composición ante un grupo de amigos, entre ellos el maestro Rafael Solano, quien los convocó a todos, porque había soñado la música de la canción que René le puso letra, oí al cantante Fernando Casado decir (también lo publicó), que sugirió al poeta, quitar lo de “cielos rojos del amanecer”, porque los cielos no eran rojos. Y que René respondió, “déjelo así, magistrado”. Indudablemente que la idea de los cielos tiene tintorería azul, no se inserta en el imaginario popular la idea de cielos rojos, cuya textura de grafía alude al fuego o al amor, pero la idea del poeta, horada la locución lineal y convierte en imagen cautiva, ese tono carmesí del alba, cuando despunta libérrimo, como un cristal fosforescente de un nuevo amanecer. Fernando había captado el mensaje subliminal e hizo la observación, con toda la mira, en la dimensión que el propio René le asignó, identificando el rojo con el cambio social y político.

Probablemente, se trata de una de las tres más hermosas canciones, que se hayan escritos en el cancionero nacional, magistralmente cantada por Fernando Casado. La primera definición de los “cielos rojos”, la leí en la preceptiva literaria del bachillerato, en una dilucidación absolutamente poética, “arrebol”, que viene de rubor, “conjunto de nubes rojas heridas por los rayos del sol”. En una definición de la Real Academia Española (Madrid) del año 1770, dice, que “arrebol es una definición color rojo que se ve en las nubes heridas con los rayos del sol, lo que regularmente sucede al salir, o al ponerse”. La palabra “herida con los rayos del sol”, es una construcción de metáfora, que convierte en poesía el lenguaje. Otras definiciones indican que arrebol, es el tono rojizo de las nubes en los atardeceres, y en algunas alboradas, que se da por refracción y reflexión de los rayos solares. El poeta español, Manuel de José Quintana, la suscribe poéticamente: “¡Ella aparece! / No veis cuál resplandece /Del arrebol del alba enrojecida/ Por las gracias ornada/ Y de alta gloria y majestad cercada.../ Pasó el sol con sus calores/ Y alumbra al fin otro sol/ pasaron las alboradas/ deliciosas de la aurora/ que el horizonte colora/ de purpurino arrebolÖ/ por la primavera fresca que me visteÖ/ ardieron las hogueras sobres las pardas cumbres/ y hasta Diana excelsa/ vestida de albas lumbres/tiñó las tenues nubes/ con cálido arrebol”.

René del Risco Bermúdez, murió joven, pero escribió poemas memorables que permanecen en la historia literaria dominicana, hijo de su tiempo asumió la época con gallardía y temple, creativo genial, del que muchos copiaron, tradujo poéticamente la frustración nacional por la derrota de abril de 1965, y lo hizo sin apelar a consignas ni credos, pincelando sus versos, embelleciendo los textos con narraciones que todavía leerlas, estremecen, como el cuento, “Ahora que vuelvo Tom”. Esta canción, “Una primavera para el mundo”, es excepcionalmente hermosa, es un himno a la esperanza, al porvenir que René vio siempre como la libertad y el reino de la justicia, y por el cual nunca rehuyó compromisos ni riesgos. Ahora parece una nueva utopía aquel legado del poeta, aquellas letras de René, aquella música de Rafael Solano, aquella voz de Fernando Casado, que nos convocaban a no volver atrás, y nos llamaban al encuentro con un nuevo sol, “porque gloria y fiesta es la vida cuando hay amor”.

En medio de las penumbras, qué bello es escuchar esta canción. En medio de la caída del grito, qué bueno es cantar y luchar por una primavera para el mundo. En medio del prostibulario ético de una sociedad desguarnecida, qué reconfortante es iniciar las faenas del trabajo y de la vida, oyendo en la voz excelsa y armoniosa de Fernando Casado, este nuevo himno a la alegría, al renacimiento, a la convicción perenne de que habrá un nuevo mundo liberado de todas las plagas e iniquidades sociales: “Ven que contigo quiero comenzar un sueño que no acabará/No, no temas al tiempo que la luz del sol no se apagará/ Voy a enseñarte lo hermoso que es el amor/ cada piedra será una flor/ cantaremos a un nuevo sol/ No, ya no hay sendas que puedan volver atrás/ la alegría de un mundo mejor vendrá/ vendrá/ Da sonriendo la mano y seguir/ seguir, seguir/ Gloria y fiesta es la vida cuando hay amor/ Ven, levanta tus ojos a los cielos rojos del amanecer/ Hoy en la tierra entera una primavera puede florecer/ Deja que el viento se encienda con tu rubor/ pinta el mundo con su color/ Y cantaremos a un nuevo sol/ No, ya no hay sendas que puedan volver atrás/ la alegría de un mundo mejor vendrá/ vendrá/ Da sonriendo la mano y seguir, seguir, seguir/ Gloria y fiesta es la vida cuando hay amor”.

Cada vez que la mirada engrampa la curvatura multicolor del espectro visible, con el rojo hacia la parte exterior y el violeta hacia el interior, cada vez que el arcoíris se vuelve un gradiente continuo de luz múltiple, busco y encuentro, allá en el firmamento, los cielos rojos del amanecer, los cielos rojos de René del Risco Bermúdez, es decir, la unción y la espada, el amor como una fiesta del corazón, el nuevo sol de la primavera que puede florecer en la tierra entera.

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