EN LA RUTA
La OEA en el país
La Organización de Estados Americanos (OEA) felicitó al pueblo dominicano y a la cancillería por el exitoso montaje de su cuadragésima sexta asamblea ordinaria celebrada hace una semana en el país.
El secretario general, Luis Almagro, no economizó elogios para el canciller Andrés Navarro a quien mediante resolución unánime, se le reconoció el montaje y el buen desempeño como conductor de los debates en las sesiones realizadas.
Un reconocimiento justo que aplaude la labor organizativa de un evento que por aglutinar cancilleres, representantes y delegaciones de 34 naciones, conjuntamente a la prensa e invitados especiales, tiene unas exigencias logísticas, técnicas, de seguridad, infraestructura, recreativas, transporte y contingencia, particulares y certificadas que no siempre son fáciles de cubrir.
Un protocolo de normas, similares a los requerimientos de una Cumbre, que afortunadamente el ministerio de Relaciones Exteriores logró no solo cumplir, sino hacerlo en tiempo record.
Desde que a principio de año se supo de seríamos sede, y por mandato del presidente Danilo Medina, Navarro asumió la dimensión el compromiso desarrollando un cronograma acciones que lo llevo a reunirse con literalmente todo el cuerpo social del país a quienes concienció, involucró e hizo partícipe.
Definitivamente República Dominicana quedó bien con esta celebración; durante esos días fuimos la capital de Las Américas y la lupa noticiosa recayó beneficiosamente sobre nosotros, ya que aparte de la hospitalidad y las facilidades para los debates, los visitantes también pudieron interactuar con los sectores de la oposición política y con aquellos manifestantes que y tal como lo establecen las vías democráticas, están en desacuerdo con los postulados de la OEA.
Pero lo más importante fue que la 46 Asamblea mostró el manejo adecuado de nuestra diplomacia que solo meses antes tuvo decirle enérgicamente y sin afectar las cordiales relaciones, las verdades que la OEA no veía con respecto al tema migratorio y a nuestro irrenunciable derecho a establecer pautas propias, así como a las falacias que sectores interesados impulsaban (y siguen impulsando) en detrimento de la soberanía nacional.