PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Dos tragos amargos: Humanae Vitae y Mons. Lefebvre.

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Manuel P. Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

Probablemente Paulo VI ha sido el primer Papa en escribir personalmente sus encíclicas.

Antes de morir, Juan XXIII había creado una comisión para estudiar el control de la natalidad. La existencia de la comisión llevó a muchos a pensar que se iba a reconsiderar la prohibición de todo método artificial expresada claramente en la Casti Connubii de Pío XI (31 de diciembre, 1930). Cinco años habían pasado desde 1963 y la declaración definitiva no llegaba. Muchos católicos veían en el silencio un consentimiento, pero el 25 de julio de 1968 Paulo VI renovó claramente la prohibición.

La encíclica “más criticada que estudiada” ha sido considerada por estudiosos cualificados como “una profunda meditación sobre el amor matrimonial” (John O’ Malley, 2011, Historia de los Papas, 340). Encontró una reacción virulenta: la mitad de los católicos franceses expresaron que pensaban ignorarla, teólogos y hasta alguna conferencia episcopal se distanciaron de la encíclica. El rechazo fue más encarnizado cuando se filtró que Paulo VI había desoído la opinión mayoritaria de una comisión a la cual él mismo había nombrado miembros. Cuando vivía, Juan XXIII había comparado a Montini con Hamlet, con sus resoluciones y dudas. ¿Qué consecuencias creó la encíclica para la Iglesia y dónde encontrar caminos hacia posturas responsables en este asunto? Todavía se lee con provecho al gran Richard A. Mc Cormick ( ‘Humanae Vitae’ 25 Years Later, en America, Jul 17 1993).

“Han dicho que la Humanae vitae fue un suicidio para Pablo VI, el derrumbe de su popularidad y el comienzo de críticas feroces. En cierto sentido es verdad, pero lo había previsto y con san Pablo se decía: ´Ö ¿Busco yo ahora el favor de los hombres o el de Dios?Ö Si todavía tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristoª (Gálatas 1, 10) (Albino Luciani, futuro Juan Pablo I, 9 de agosto de 1978, funeral de Paulo VI en Venecia). La encíclica llegaba en aquel 1968 de estallidos contra la autoridad, la cultura conservadora, la academia anquilosada, los asesinatos de Martin L. King, Robert Kennedy, la guerra de Vietnam. Paulo VI no escribiría otra encíclica. Tampoco se escondería a lamerse las heridas. Viajó más que ningún otro papa hasta entonces, amplió el colegio de los cardenales, y reguló la elección de los papas impidiendo que los cardenales con más de 80 años votasen. Enfrentaría con entereza el brutal asesinato de su amigo de juventud, Aldo Moro (9 de mayo, 1978). Otro trago amargo que le tocaría apurar fue la crítica del Arzobispo Marcel Lefebvre (1905 - 1991) acerca del Concilio Vaticano II. Lefebvre no se tentaba la ropa para rechazar así una asamblea altamente apreciada por varios santos: “¿Hay que hacerse protestante para ser católico?” En 1970. Lefebvre fundó la Hermandad sacerdotal San Pío X. Paulo VI empleó de grandes cuotas de paciencia con el Arzobispo desde 1972 a 1976 en que suspendió a Lefebvre “a divinis”, es decir, Lefebve quedaba incapacitado para ejercer cualquier acto sacerdotal. Algunos creyeron que Lefebvre se hubiera entendido mejor con un Papa más conservador. Pero precisamente la ruptura final sucedería con Juan Pablo II, en 1988 contra la prohibición expresa de la Santa Sede, Lefebvre ordenó a 4 obispos, creando un cisma y por el mismo hecho, quedando él y sus consagrados, ¡excomulgados!

En el 2009, Benedicto XVI, respondiendo a una petición de los sucesores de Lefebvre, levantó la excomunión y anunció un estudio pormenorizado de los aspectos en discusión para llegar a la plena comunión. Por esos mismos días, Richard Williamson, uno de los beneficiados por el perdón pontificio, avergonzaría a la Santa Sede al minimizar los horrores del holocausto judío y aseverar que ningún judío había muerto en las cámaras de gas alemanas. Estudiemos otros pronunciamientos de Paulo VI.

El autor es profesor asociado de la PUCMM, mmaza@pucmm.edu.do

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