PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA
Pío VI y la Revolución Francesa
Pío VI (1775ñ1799) se llamaba Giovanni Angelo Braschi. Nació en 1717. Benedicto XIV lo había nombrado su secretario privado en 1753 con apenas 36 años. Fue electo en un cónclave que duró 134 días, a caballo durante los años 1774 y 1775. Amigos y detractores de los jesuitas lo creyeron su partidario. Protegió a sus sobrinos y su proyecto para desecar los pantanos del Pontino quebró la Santa Sede. En vano viajó a Viena en 1782, intentando disuadir a José II de tolerar otras religiones y someter la Iglesia al Estado. Viajó con el título de “peregrino apostólico”, tal y como Malaquías le designó en sus profecías. Durante meses, Pío VI no se pronunció sobre las medidas de la Revolución Francesa, pero rompió su silencio el 10 de marzo y el 13 de abril de 1791 condenando la Constitución Civil del Clero como cismática y la Declaración de los Derechos del Hombre, como herética. La Francia revolucionaria le quitó los condados pontificios de Avignon y Venassin. Pío VI acogió a muchos emigrados y clero refractario. En los primeros meses de 1796, Napoleón transformaba Italia inventando Repúblicas y amenazando a los estados pontificios. Pío VI firmó el armisticio de Bolonia el 23 de junio de 1796. El Papa continuaría como soberano de los estados Pontificios, pero pagaría 21 millones de escudos, entregaría 100 cuadros, bustos, vasos, estatuas, 50 manuscritos y se mantendría neutral. Un escudo = 16 reales. Un par de zapatos = 10 reales, aproximadamente. Para 1797, el Directorio quería usar al Papa para descalificar en Francia a la Iglesia refractaria, la única con apoyo popular. En las negociaciones, el enviado papal llevaba un breve mediante el cual solicitaba a los católicos la aceptación de la República. Pero los términos del Directorio fueron tan duros, que la Santa Sede los rechazó. Nueva invasión de Napoleón y nuevo tratado de Tolentino (19 de febrero de 1796). Roma seguía en manos papales, pero había que pagarle a Napoleón 30 millones de ducados (1 ducado = 11 reales, aproximadamente), 5 millones en joyas, ceder Avigon y Venassin para siempre, Bolonia, Ferrara y Romagna se perdían, los condados de Ancona, Macerata, Perugino y Camerino, serían franceses hasta que el Papa pagase. Napoleón le explicaba al Directorio por qué todavía respetaba Roma: “Treinta millones valen para nosotros diez veces más que Roma, de donde no hubiésemos sacado ni cinco millones... Esa vieja máquina se descompondrá ella sola.” A resultas de un incidente en el que muriera un general francés, en febrero de 1799 las tropas francesas ocuparon Roma. El Papa fue al exilio. Pasó por Siena y Florencia. Se consideró enviar a Cerdeña a este anciano de 82 años, enfermo y paralizado. La gravedad de su salud se impuso sobre sus captores que optaron por subirlo a la fuerza en un carruaje, cruzar los Alpes para trasladarlo a Francia, temiendo un rescate, estilo misión imposible, por parte de los austríacos. El Directorio francés nunca previó los recibimientos populares de los que fuera objeto el Papa lleno de cariño. Las multitudes se apiñaban para verle pasar mostrando su fe firme y su rechazo de las medidas gubernamentales. De este viaje data la gran devoción francesa al Papa, que caracterizaría todo el siglo XIX. Pío VI falleció en Valence, Francia el 29 de agosto de 1799. Antes de morir perdonó a sus verdugos. El oficial municipal certificó así su muerte: “Juan Ángel Braschi, que ejercía la profesión de pontífice” y aprovechó para asegurar, como lo hiciera la prensa en sus titulares, que sería el último papa, pero el elegante y buen mozo Pío VI había pensado en todo, mientras que el Directorio se engañaba creyendo poder manejar al victorioso, productivo y desobediente general Napoleón Bonaparte. El autor es profesor asociado de la PUCMM