La salud hacia el corazón del gobierno

Llevo la salud en el corazón. Mis mejores amigos son médicos. Muchos, compañeros de utopías. Les he servido y me han servido. Les he cuidado y me cuidan. Sin que importen los álter ego objetivados. Hoy se pide al gobierno, con la humildad de quien apenas es vox in deserto clamantis, atención y recursos mayores para los hospitales. Ayer, Listín Diario dio cuentas de las precariedades en que opera el hospital Luis Eduardo Aybar. “Pacientes en brazos” de médicos, enfermeras y familiares son transportados de cama a cama, de sala en sala, denunciaron los agremiados. Es la ilustración más portentosa e infeliz sobre cómo anda el servicio público de salud: el que la carta magna consigna como deber del Estado; el que regulan y organizan las Leyes del Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social y del Sistema Dominicano de la Seguridad Social, entre otras. “Pacientes en brazos” de médicos y enfermeras dice quién carga el servicio de salud público nacional. Los profesionales que brindan servicios a las instituciones públicas de salud no tienen que cargar en sus brazos, a cuestas ni a su costa, lo que es deber del Estado, del gobierno y de sus instituciones. Ellos lo hacen como ejercicio de su vocación y formación. Trabajan para lograr seguridad, una vida digna. Y deben estar en condiciones de brindar un servicio digno. Por décadas, el gremio médico ha reclamado, ¡y qué formidable que lo siga haciendo!, mejoras en las condiciones del servicio de salud, en los hospitales públicos. Denuncias publicadas desde enero de este año hacen pensar que es el reclamo de nunca acabar. Mejores condiciones en los hospitales públicos es más calidad del servicio de salud. El gobierno ha invertido e invierte grandes recursos en edificaciones y equipamiento de hospitales, en la capital y el interior. También en sueldos que la inflación termina devorando. También supliendo al SDSS. En algunos casos se denunció sobre equipos donados por naciones amigas y solidarias que ni se instalaron ni entraron en operaciones. La televisión los mostró. Entonces, la responsabilidad del gobierno fue involucrada y la solidaridad internacional, manifiesta. Quedó claro que el entramado burocrático y la insensibilidad estropearon y entorpecieron su utilidad. Porque hay corrupción peor que el latrocinio: la indolencia. O la forma de asumir los mandos y ejercerlos: inverterándolos hasta lo insustancial. Lo expone Shakespeare en “Hamlet”, Acto V, escenas 1-3: ¡enterrar a Ofelia es nada para los sepultureros! (Una piqueta / con una azada, / un lienzo donde / revuelto vaya, / y un hoyo en tierra / que le preparan: / para tal huésped / eso le basta). ¿Es que en el sistema hospitalario nacional hay a quienes “eso le basta” para los pobres? ¿O es que allí los cargos también son la oportunidad para dejar fluir esa batería de pulsiones y egos con los que “el político” se entronca en la burocracia, según explica la sociología clásica y ayudan a entender Weber y Freud? ¿O devienen en la oportunidad diacrónica y sincrónica (espacial y temporalmente simultáneas) de satisfacer las necesidades jerarquizadas por Maslow? Decimos: En el problema de la gestión hospitalaria se debe incluir su conducción. Si la inspira el deseo de servir o la competencia profesional; el bien público, la calidad y optimización del servicio o imponer su autoridad mediante acciones marginadas de la realidad empíricamente verificable. Si, marginados de las ciencias médicas y la técnica hospitalaria, se adoptan como argumentos formidables baterías de, también, inconsistentes doctrinarios. La ética pública y la calidad deben entrar, de par en par, a la gerencia de la salud. Por todas partes. Empezando por los recursos y los procesos. Como poco se habla de gerencia hospitalaria, le indicamos su responsabilidad: producir y suplir un servicio de salud cualitativamente superior que el actual. Especialmente evitando que también los hospitales acumulen deudas millonarias, como se ha denunciado. Porque, por entropía, el endeudamiento acarreará dificultades de suministro. Su solo anuncio pondrá en remojo las barbas de los suplidores. Así que llegó el momento de trazar una línea de Pizarro: aumentar la partida presupuestaria a Salud. En lo inmediato, hay vías para transferir insumos. Y formas nuevas de hacerlos competitivos y rentables. El gobierno ha sido diligente con la educación. Y el país está feliz con eso. Agradece, con una simpatía creciente, envolvente y contagiosa, que se haga lo que se dijo. Pero ¿a dónde irá a dar la imagen del gobierno en los hijos de Machepa que sufren la realidad triste de los hospitales, según denuncian los médicos? ¿Alguien subestima que esta “calidad” de atención hospitalaria podría ser un traspié, que deshaga lo mucho de lo hecho con manos a la obra? Llegó, pues, el momento de decir, en el lenguaje del mandatario, Educación sin salud es inaceptable. De recoger los millones que sobran a Educación, los que según ella no tiene capacidad para gastar, y hacerlos llegar a los hospitales cercanos a las barriadas periféricas de mayor densidad poblacional. Para acercar la salud a quienes más la necesitan y menos pueden pagarla. Entre ellos, el hospital Luis Eduardo Aybar. Porque tres cosas son básicas para el ser humano: alimentos, salud y educación. Lo biológico y vivir saludables son primeros. Un país de gente sin educación es caos y atraso estacionarios. Otro sin salud, una tragedia nacional. Mortandad. Un insufrible cáncer social.

Tags relacionados